Volador solitario
En España, es ya más habitual poder contemplar en los campos la inconfundible silueta del buitre leonado (Gyps fulvus) elevándose en pos de las corrientes de aire y planeando majestuoso mientras patrulla desde las alturas.
Lo normal además en esos casos es que entonces podamos contemplar a varios de ellos que manejan su día a día perfectamente organizados, cubriendo ordenadamente el territorio, pues su costumbre es asociarse con otros individuos para tener más oportunidades entre todos.
Llegan a verse así grupos que en ocasiones resultan bastante numerosos por el número de individuos y hasta eligen lugares próximos unos a otros para refugiarse, descansar y nidificar, formando colonias.
Este comportamiento es similar en muchas otras especies emparentadas, en diversas partes del mundo.
Por ello es llamativo que precisamente la de mayor tamaño y envergadura de todas ellas, se comporte de una manera radicalmente diferente prefiriendo vivir en solitario.
Se trata del imponente cóndor andino (Vultur gryphus), que con sus más de tres metros de punta a punta es, como decía, el ave terrestre de mayor envergadura.
Parte imprescindible del folklore de los andes, su nombre procede del antiguo vocablo quechua kuntur, que significa buitre y para los inca era un animal sagrado que representaba el Jananpacha, la tierra de arriba, del cielo y del futuro. Creían además que llegaba a ser inmortal.
Por ello no es de extrañar que de Perú venga la leyenda que explica el porqué de la afición a volar en solitario del gran cóndor, a diferencia de lo habitual en sus parientes.
La tradición nos cuenta que en un vuelo rutinario en busca de su sustento, un enorme y majestuoso cóndor se fijó en una joven campesina que transitaba abajo por el camino.
Tan bella era que el animal quedó prendado de la chica al instante y se dedicó en los días siguientes a contemplarla desde las alturas, pero sin saber muy bien cómo hacer o acercarse a ella.
Hasta que por fin, haciendo gala de sus capacidades extraordinarias decidió convertirse en un chico de su edad y esperarla un día en el camino.
Así lo hizo y tuvo éxito. Congeniaron de inmediato y en los días siguientes fueron afianzando su amistad, pero claro, el cóndor debía convertirse siempre en muchacho.
Hasta que no pudo más y una mañana se transformó de nuevo en sí mismo y antes de que la joven pudiera reaccionar la enganchó y se la llevó por los aires hasta su refugio en un cortado de la montaña.
Allí le reveló por fin sus sentimientos y le dijo que quería casarse con ella y que siempre la trataría bien. Ella estaba confundida y algo asustada, pero acabó por acceder a sus pretensiones.
Se casaron y comenzaron a vivir juntos y por increíble que parezca, cuanta la leyenda que incluso llegaron a tener un hijo.
Sin embargo, pasado un tiempo y a pesar de que el cóndor intentaba que la mujer y el niño estuvieran bien atendidos, ella comenzó a echar de menos a los suyos y su vida anterior.
Por eso un buen día que un colibrí acertó a pasar cerca de allí, ella lo llamó rápidamente aprovechando que el cóndor estaba patrullando los cielos.
Le pidió que volara a su pueblo y avisara a su padre de su situación y de que le extrañaba y quería regresar.
El pequeño emplumado cumplió el encargo y llevó el aviso al padre de la muchacha. Cuando este se mostró abrumado por la situación, el pájaro, sagaz y decidido, le comunicó que no debía preocuparse pues tenía un plan para rescatar a su hija.
Le pidió que le consiguiera un burro viejo y un par de sapos. El hombre no salía en sí de su asombro sin entender nada, pero le convenció la determinación del colibrí y decidió que era su mejor opción, por lo que se puso a buscar lo necesario.
Cuando todo estuvo listo el pájaro le explicó el plan. El hombre debía trasladar al burro a la ladera de la montaña en la idea de despistar así al cóndor, mientras él llevaría los sapos al refugio y se encargaría de la parte final del plan.
Y llegó por fin el momento de ponerlo todo en práctica. El hombre tras llegar a media ladera con el burro, se escondió entre los árboles y lo dejó correr ladera abajo.
El cóndor, que estaba planeando en las alturas, no tardó en ver al equino y pensó que un burro viejo podía ser una buena comida, por lo que comenzó a acercarse para seguirlo, que era justo lo que el pequeño colibrí esperaba.
Todo lo rápido que pudo cargado con los sapos, subió a casa del cóndor y le dijo a la chica y su hijo que corrieran ladera abajo hasta el lugar en el que les esperaba camuflado su padre, mientras el ave dejó los dos sapos en el lugar.
Allí esperó a que regresara el cóndor, que no había conseguido alcanzar al burro, y actuando como mejor pudo le comunicó la noticia de que al no estar en su sitio en ese refugio, la mujer y el niño habían acabado por convertirse en sapos.
Cuando el cóndor los vio, creyó del todo al colibrí y decidió que a partir de entonces viviría y volaría solo para no sufrir otra situación parecida.
Aunque pueda parecer algo triste, según la mitología andina esa es la razón por la que el gran cóndor tiene un estilo de vida solitario.
En la realidad esto es así la gran mayoría de las veces, pero no todas, pues cuando encuentra pareja de cría, pueden pasar temporadas juntos y estar y volar en pareja un tiempo y también ese mismo dúo puede ser por un espacio breve un trío cuando el hijo volantero les acompañe en sus patrullas.
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