Es posible que el título de esta entrada os cause cierta extrañeza, cuando no curiosidad, pero lo cierto es que un utensilio tan común como unas tijeras tiene su protagonismo en el siguiente relato.

Comenzaré hablando de un ave muy particular que realmente no pasa desapercibida por su bello aspecto. Se trata de un curioso miembro de los paseriformes, cuyo hábitat se extiende por todo el continente sudamericano.

Es de mediano tamaño, llegando a los 38-40 cm de longitud y su nombre también hace alusión a la cabecera de la entrada, puesto que esta ave es conocida con el nombre común de tijereta.

La tijereta sabanera (Tyrannus savana), para ser más exactos, presenta la parte inferior de su cuerpo de color blanco, con un marcado tono marrón en  las alas y un capirote negro en la cabeza.

Para su día a día tiene marcada preferencia por los espacios abiertos con árboles, que utiliza como posaderos, también suele utilizar los postes o cables de la luz. Desde esas atalayas se lanza a la caza de insectos al vuelo, para volver después a posarse en un ciclo continuado.

Su principal y más marcada característica, por la que toma el nombre, es la forma de su cola, que aparece bifurcada con las dos plumas timoneras externas extremadamente largas, pudiendo alcanzar en algunos machos hasta dos y tres veces la longitud de su cuerpo. Eso confiere a su cola el aspecto de unas tijeras, de ahí a que este bonito pájaro se le conozca así.

Tiene otro pariente menos abundante, pero también muy bonito y de tonalidades algo más claras, como es la tijereta norteña o rosada (Tyrannus forticatus).

Observando estas bonitas aves, uno no puede dejar de admirar lo espectacular de su plumaje y quizá lleguemos a preguntarnos en base a qué parámetros evolutivos han acabado teniendo ese llamativo aspecto.

Pues bien, resulta que una bella leyenda guaraní transmitida desde hace generaciones puede aportarnos un poco de luz al respecto y sí, también tiene que ver con unas tijeras.

Resulta que el magnífico Tupá, el dios creador, quiso ayudar a alcanzar el reino celeste a las almas de las buenas gentes que morían. Para ello decidió enviar emisarios a la Tierra que debían proporcionar unas alas a aquellos que debían emprender ese viaje. Por supuesto, esas alas resultaban invisibles para los seres humanos, aunque cumplían sobradamente su función.

Cuando el espíritu llegaba a su presencia, Tupa emparejaba esa alma a un ave que creaba exprofeso para ella, en función de cómo hubiera sido en vida aquella persona.

Así las cosas, nos podemos situar en un lejano tiempo indeterminado en un pequeño pueblo en el que habitaba una bella y bondadosa mujer llamada Eíra, que significa miel.

Vivía con su  madre, de la que se ocupaba con amor desde que estaba imposibilitada, mientras sacaba adelante a ambas con su trabajo de costurera. Precisamente por eso, siempre llevaba colgada a su cintura la yetapá, su tijera de costura.

Era tan laboriosa que no perdía oportunidad de adelantar en los trabajos que le encargaban, por ello nunca se separaba de sus tijeras y tan pronto se cambiaba volvía a anudarlas a su cintura, hasta el punto de que parecían formar parte de ella.

Todo cambió para Eíra una fría noche de invierno cuando a pesar de sus cuidados su madre no pudo aguantar más y falleció, sumiéndola en una profunda tristeza.

Se refugió todavía más en su trabajo y el monótono vaivén de las tijeras anudadas a su cintura pasó a ser su seña de identidad en el pueblo. Sus vecinos procuraban darle todo el trabajo que podían para que ella estuviera ocupada y fuese mitigando poco a poco su dolor, pero no fue suficiente.

Por eso, a las pocas semanas, Eíra enfermó sin poder superar su pena y en pocos días acabó muriendo sin que nadie pudiera hacer nada por salvarla. En ese momento y como no podía ser menos pues había sido una buena y dedicada persona, el emisario de Tupá le trajo sus alas y el alma de la mujer emprendió su ascensión al cielo.

Cuando estuvo en presencia del dios, éste, conocedor de su historia, creó para ella un bonito pájaro de plumaje oscuro y pecho blanco. No quiso incluir colores más vivos al considerar que con tanto sacrificio, la vida de Eíra había sido humilde y oscura.

Cuando el alma de la mujer tuvo ante sí el ave recién creada, se quedó mirando al dios como si estuviera a punto de hacer algún comentario pero no se atreviera. Tupá se percató y le preguntó si había algo que deseara pedirle.

Armándose de valor y con plena fe en la bondad de su dios, le dijo humildemente que por toda la dedicación que había tenido hacia su trabajo de costurera que le había permitido ganarse la vida y mantener a su madre, le hubiera gustado tener un recuerdo del mismo.

Tupá le preguntó que qué clase de recuerdo querría y ella le pidió poder disponer de una tijerita a modo de la que tanto cuidó en vida.

Al buen dios le pareció una bonita idea y entonces tomó las plumas exteriores de la cola del ave y las estiró hasta darles la forma de una tijera, haciendo además que el pájaro pudiera abrirlas y cerrarlas a voluntad, tal como si trabajase con unas tijeras, como tantas veces hizo Eíra durante su vida.

Y desde entonces en todos los campos se puede observar la inconfundible silueta de la tijereta, en el lenguaje guaraní, jhuguay-yetapá (cola-tijera).

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