Una leyenda birmana
Entre las diversas razas gatunas, hay una que, sin ser la más conocida de todas, sí es especialmente apreciada por sus adeptos, que han ido aumentando poco a poco en estos últimos años. Hablo del bonito gato “Sagrado de Birmania”.
Para definirlo de manera genérica, podríamos decir que sería algo parecido a un siamés, su primo geográfico más conocido, con pelo largo.
Evidentemente no es así de simple, pero desde luego el manto del pelaje del Sagrado de Birmania sí lo recuerda en cuanto a la coloración general, si bien presentando, a parte del pelo largo, un par de características definitorias como su negra máscara facial y sobre todo sus manos y pies inmaculadamente blancos cual si llevara unos botines.
Es un gato juguetón y de carácter dulce y cariñoso, lo que añadido a su aspecto esponjoso y suave y por supuesto a su belleza general, lo han convertido en una raza que ha ido ganando amigos en todo el mundo.
Por supuesto es originario de Birmania, país hoy conocido como Myanmar, ubicado en el sudeste asiático, por debajo de China y por encima de Tailandia, el antiguo Siam, cuna de su primo siamés.
Pero lo que quería contaros hoy es la secular historia que relata el origen de esta raza, pues me parece muy interesante.
Cuenta la leyenda que muchos siglos atrás, antes incluso de los tiempos de Buda, sacerdotes de la etnia Khmer construyeron un majestuoso templo en la ladera del monte Lugh, en la zona occidental de Birmania.
Fue conocido como el templo de Lao-Tsun y estaba dedicado a la diosa Tsun-Kyan-Kse, que se representaba con una estatua dorada femenina en posición sedente, cuya principal característica eran sus brillantes ojos azul zafiro.
Estos monjes vivían pacíficamente dedicándose a la meditación y a cuidado del templo y sus terrenos adyacentes, si bien contaban con una compañía muy particular, puesto que en sus dominios habitaban unos amigos gatunos a los que tenían en gran estima y aprecio y también cuidaban, nada menos que unos cien gatos, todos de la misma raza.
Eran estos mininos de aspecto y pelo parecido a nuestra raza protagonista, pero sin embargo su manto era de color blanco por completo, excepto la cola, manos, pies y la nariz junto a una pequeña careta, que eran de color marrón tierra y además sus ojos eran de un brillante color anaranjado.
El sacerdote principal, de nombre Mun-Ha, tenía una relación especialmente estrecha con uno de los gatos, quizá el más majestuoso, de nombre Sinh. Pasaban juntos muchas horas del día simplemente disfrutando de su mutua compañía.
Sin embargo todo eso se acabó bruscamente una aciaga noche en la que unos bandidos entraron sigilosamente a robar en el templo. Mun-Ha, que se encontraba en ese momento meditando en solitario, no se dio cuenta de la llegada de los intrusos hasta que fue demasiado tarde.
Intentó enfrentarse a ellos, pero los bandidos le atacaron y le mataron sin compasión. Fue entonces cuando nació la leyenda que se transmitiría después durante generaciones.
Porque fue entonces cuando apareció el bueno de Sinh, que corriendo y bufando saltó hacia los bandidos para colocarse justo encima del cadáver de su amigo, que había quedado tendido en el trono al pie de la estatua de la diosa Tsun-Kyan-Kse. Erizando el pelo, se hizo fuerte allí protegiendo el cuerpo de Mun-Ha sin permitir acercarse a los malhechores, mientras a la vez tocaba con sus patas al sacerdote en un vano intento de revivirlo.
Entonces sucedió lo increíble. De la efigie de la diosa surgió una luz que iluminó de lleno al valiente animal y cuando se difuminó, el gato se había transformado por completo. Su pelaje era completamente dorado y sus ojos se habían vuelto de un brillante color azul, como un reflejo de la diosa, mientras que sus manos y pies eran ahora inmaculadamente blancos.
La leyenda habla de que la diosa, compadecida y a la vez admirada por la fidelidad y el valor del bravo felino, le había traspasado sus cualidades, de ahí el color dorado y el azul de sus ojos, mientras que al transformar sus manos y pies antes marrones, con los que tocaba el cuerpo del sacerdote, en un blanco radiante, homenajeaba la pureza de Mun-Ha y se la transmitía también al animal.
Los bandidos retrocedieron asustados y fue entonces cuando aparecieron el resto de monjes atraídos por los ruidos. Al ver lo que había sucedido, la transformación de Sinh y cómo el intrépido gato se enfrentaba a los asaltantes, los monjes se armaron de valor y entraron en lucha con los bandidos, consiguiendo ahuyentarlos y ponerlos en fuga.
A la mañana siguiente, el resto de los gatos también presentaban el mismo cambio de aspecto y todos se reunieron junto a Sinh en el trono para las honras fúnebres del maestro Mun-Ha.
El gato ya no abandonaría ese lugar en los siguientes siete días, sin siquiera comer o beber, pasados los cuales murió pacíficamente para, según estaban convencidos todos los sacerdotes, poder conducir el alma de Mun-Ha hacía el paraíso.
Los gatos restantes quedaron ya con el aspecto típico actual de la raza, conservando sus distintivos ojos azules y sobre todo sus características manos y pies blancos en patas marrones, que les dan ese simpático aspecto de ir calzados.
Ahora bien, siete días después de la muerte de Sinh hubo otro momento significativo, cuando estando reunidos los monjes para elegir al sucesor de Mun-Ha, repentinamente todos los gatos volvieron a adquirir tonalidades de oro y al unísono se fueron acercando de manera majestuosa a un monje en concreto hasta rodearle por completo.
Se trataba del joven Ligoa, que de hecho era el monje más joven de todos los reunidos. Sin embargo ante el espectáculo gatuno que tenían ante sus ojos, todos los demás monjes comprendieron que la diosa Tsun-Kyan-Kse les estaba dando a entender por medio de los felinos, que su deseo era que fuera Ligoa el sucesor del maestro Mun-Ha y así lo reconoció y aceptó la congregación.
Los gatos quedaron nuevamente en su forma normal, que sería la que ha llegado hasta nuestros días y conocemos hoy como raza Sagrado de Birmania. Para completar la historia hay que añadir que a partir de entonces se decía que cada animal que moría llevaba consigo el alma de algún otro monje igualmente fallecido para cuidarla y hacerla llegar hasta su destino eterno.
Con el paso de los siglos, la raza fue ganando territorio en el sudeste asiático y en cuanto a cómo llegó a Europa, se dice que todos los gatos europeos e incluso norteamericanos de esa raza, descienden de una pareja que un sacerdote Khmer, precisamente del templo de Lao-Tsun, regaló en 1898 a un par de viajeros europeos, August Pavie y Gordon Russell, como agradecimiento por haberle salvado con unas medicinas.
Desgraciadamente el macho murió durante el viaje de vuelta a Europa, pero la hembra, llamada “Sita” estaba preñada y se cuenta que de ella y su camada acabaron descendiendo todos los gatos que fueron naciendo en criaderos europeos y norteamericanos posteriormente.
El Sagrado de Birmania fue reconocido por la Federación Felina Internacional en Francia en 1925, siendo reconocida también como raza en Gran Bretaña unas décadas después, en 1966, mientras que en 1967 lo fue en los Estados Unidos cuando la Cat Fanciers’ Association (CFA), que regula los estándares y lleva los registros de pedigrees, aceptó al Sagrado de Birmania.
Para terminar y volviendo al origen de la entrada y la historia que os he contado, creo que es una bonita historia para un gato que desde luego también lo es y que cuando estás frente a uno de ellos llama la atención por la cuidada disposición de sus capas de color, que parecen ordenadas expresamente así, tal como por otra parte nos transmite la leyenda.
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