Un toro de oro
Existe una ciudad rural en Perú llamada Tacna, capital del Departamento del mismo nombre, donde desde hace bastante tiempo corre de boca en boca una leyenda según la cual aquellos que circulan, especialmente de madrugada, por alguna zona concreta de la parte alta de la ciudad en la que hay bastantes curvas, pueden verse sorprendidos por la súbita aparición cruzando la carretera, de un toro de oro que pasa a la carrera arrastrando una cadena también del dorado metal.
Según cuentan, tras el animal y aunque no se llega a ver persona alguna, se escuchan unas voces que parecen seguirle exclamando repetidamente y con desesperación “toro regresa”.
Para entender el origen de tan extraño fenómeno debemos remontarnos a una indeterminada época mucho tiempo atrás.
Al parecer, en un pequeño poblado de la zona llamado Camiara, habitaban tres familias amigas que hacían pequeños trabajos y encargos por los alrededores y así conseguían subsistir. Un día, sus hijos mientras jugaban en los bosques cercanos no se dieron cuenta de la hora y la noche les fue sorprendiendo lentamente.
Por ello cuando se percataron e iniciaron el camino de regreso a sus casas todo se veía muy oscuro y debido a ello acabaron perdiéndose y andando sin saber muy bien hacia dónde iban.
De repente cuando ya debía ser hacia la medianoche, se sorprendieron al divisar en su dirección unas brillantes luces. Dado que la única luminosidad que ellos conocían era la de las velas y estas luces eran mucho más fuertes, avanzaron hacia allí no sin temor.
Cuando se acercaron a suficiente distancia pudieron comprobar que la luz procedía del interior de la entrada de una cueva. Tan brillante era que cuando con más curiosidad que miedo se asomaron a ver, fueron deslumbrados por completo hasta tal punto que quedaron momentáneamente cegados e incapaces de atisbar nada en el interior.
No obstante decidieron marcar el lugar e intentar quedarse con una referencia para volver al día siguiente con la luz del día. Siguieron así caminando hasta que amaneció y por fin pudieron encontrar el camino de vuelta a sus casas.
Allí les esperaban angustiados los respectivos padres a los que por supuesto no tardaron en contar su extraña aventura.
Ellos intrigados también les pidieron que les volvieran a llevar al lugar, pero aún con la luz del día los pequeños fueron incapaces de localizar ninguna de sus marcas ni referencias por lo que les fue imposible llegar de nuevo a la ubicación exacta de la cueva.
Sin embargo, la historia no iba a quedarse ahí, pues el padre de uno de los niños no pudo quitarse el tema de la cabeza hasta el punto de que esa noche siguiente era incapaz de conciliar el sueño. Por eso despertó a su hijo en plena madrugada y procurando no hacer el menor ruido salieron sigilosamente de la casa, pensando que quizá de noche su hijo se acordaría de todo mejor.
Contra todo pronóstico esta vez sí lograron encontrar la cueva resplandeciente. El padre teniendo la precaución de cubrirse un poco los ojos con la mano para no quedar deslumbrado logró entrar quedando mudo de asombro, pues lo que producía aquel resplandor no era otra cosa que las propias paredes de la cueva que eran de oro macizo.
Maravillado por lo que acababa de ver, corrió de vuelta al poblado para avisar a todos y poder disfrutar juntos de su increíble hallazgo. Mas sin embargo, cuando estaba ya llegando, el demonio de la codicia hizo su aparición y el hombre se detuvo y se dijo a sí mismo que por qué iba a tener que compartir con nadie su tesoro cuando podía ser todo para él.
Por eso llegó a su casa tan sigilosamente como salió, le dijo a su hijo que se volviera a acostar prohibiéndole que le hablara a nadie de su pequeña excursión y él volvió a salir dirigiéndose a su cobertizo.
Allí preparó un fuerte toro que tenía y usaba como animal de tiro ajustándole unas grandes alforjas y puso de nuevo rumbo a la cueva.
Una vez dentro comenzó a picar extrayendo oro de las paredes hasta que tuvo bien llenas las alforjas. Entonces tiró del toro y salió hacia el exterior. Pero cuando iniciaba camino, de nuevo la codicia fue más fuerte que él y entonces pensó que bien mirado seguro que todavía cabía más oro en las alforjas.
Así que volvió a arrastrar al toro dentro y se puso a picar aún con más determinación. Pronto había casi doblado la carga original y claro, cuando quiso salir otra vez el pobre toro no era capaz de tirar de tanta carga.
Sin sentir compasión por el animal, le azuzó sin parar con el látigo hasta hacer que el buen toro fuera acercándose a la salida paso a paso con terrible esfuerzo por el brutal peso de la carga. Sin embargo unos metros antes de llegar a cielo abierto el toro se derrumbó exhausto para no levantarse más.
Aún así, el codicioso hombre siguió unos minutos golpeando al animal para que se levantara hasta que comprendió que no había nada que hacer. Todavía entonces, cegado por la avaricia, intentó él mismo tirar de la cadena del toro para arrastrarlo fuera pero por supuesto fue completamente imposible.
Y entonces fue cuando comenzaron a pasar cosas. De repente del suelo de la cueva comenzó a surgir una neblina fosforescente que cubrió al tendido animal ante el estupor del campesino. Estupor que se convirtió en sorpresa mayúscula cuando al disiparse pudo darse cuenta que su toro se había convertido en una figura de oro macizo incluida su cadena.
Cualquier otro probablemente hubiera tenido ya bastante y habría salido de allí como alma que lleva el diablo, pero no nuestro hombre. Volviendo a hacer cálculos tan sólo pudo pensar que ahora todavía tenía más oro que antes, por lo que de nuevo intentó con todas sus fuerzas tirar de la cadena y arrastrar toro y alforjas hacia el exterior.
De improviso sucedió otra vez algo extraordinario, pues el buen toro se puso en pie ante la tremenda sorpresa una vez más del hombre. Antes de que pudiera reaccionar se arrancó con una fuerza sobrenatural y haciéndole a un lado corrió a toda velocidad para salir de la cueva lo que produjo un tremendo estampido que, en el mismo instante en el que el toro alcanzaba el exterior, provocó un gran desprendimiento de rocas justo a la entrada que taponó por completo la cueva.
El hombre no tuvo tiempo de llegar y no pudo evitar quedarse atrapado mientras voceaba desesperado llamando al toro: “Toro regresa”, “toro regresa”, “toro regresa”…
Pero el animal nunca regresó. El campesino pagó su avaricia y su crueldad con una muerte lenta y para el resto del poblado simplemente desapareció, pues aunque lo buscaron durante unos meses nadie logró encontrarlo jamás al haberse esfumado toda referencia de la cueva con el derrumbamiento.
Desde entonces es posible ver algunas noches al toro corriendo libre, mientras su avaricioso amo lo llama con desesperanza sin llegar a alcanzarlo nunca como eterna condena por su extrema codicia.
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