Un perro en el tren
En ocasiones el misterio sale a relucir simplemente cuando el comportamiento de alguno de nuestros amigos animales resulta del todo diferente al habitual, pues no deja de ser misterioso cómo se llega a situaciones que parecen imaginadas para un guión, tal como la que os empiezo a contar.
El protagonista fue un encantador perro y sus andanzas por tierras italianas, en la década de los 50 del pasado siglo XX, le hicieron alcanzar fama mundial.
En la bella región toscana, cerca de Livorno, se encuentra la pequeña población de Campiglia Marittima. Allí, su estación ferroviaria parece una más de las que podemos ver en cualquier población interior de provincia.
Sin embargo, si nos fijamos en un floreado parterre podremos ver algo diferente, pues nos toparemos con una bella estatua representando un amable perro. Es sin duda un punto de atracción local y todos los lugareños saben el porqué de encontrarse allí.
La emocionante historia comenzó a fraguarse allá por agosto de 1953, cuando en un vagón de un tren de mercancías procedente de Livorno que llegó a la estación de Campiglia, apareció un simpático perrito mestizo vagabundo.
La hija y la mujer del jefe de estación, Elvio Barlettani, quedaron prendadas del animal y quisieron protegerlo, pero dado que estaba prohibida la presencia de animales en las instalaciones, el hombre tan solo consintió en que se quedara esa noche.
Pero estas cosas, ya se sabe cómo son. Virna, la niña acabó convenciendo al padre y haciéndose amiga inseparable del perro que la acompañaba en tren todos los días al colegio, Eso sí, ocultándose de los revisores para no tener problemas.
La familia Barlettani, decidió llamar al animal “Lampo” que en italiano significa “destello” por lo hábil que era para moverse con rapidez.
Así iban a diario hasta el cercano pueblo de Piombino y aquí comenzó lo mejor de la historia, puesto que después el inteligente animal era capaz de coger el solo el tren de vuelta a Campiglia y bajarse allí, como si fuera una persona más.
Pronto, pareció no quedar contento con eso y comenzó a probar rutas ferroviarias por sí solo, subiendo a los trenes con diferentes recorridos y siendo capaz por sí mismo de encontrar después aquel que le llevaba de regreso a su estación.
Daba la impresión de que había sido capaz de aprenderse no solo las rutas de los trenes sino sus horarios.
Cómo consiguió esos conocimientos fue todo un misterio, pero lo cierto es que poco a poco el cariñoso y decidido can fue haciéndose popular contando, todo hay que decirlo, con la complicidad de los empleados ferroviarios de la zona, que hacían la vista gorda ante la presencia del animal.
Tampoco los usuarios parecían incómodos y se cuenta además que aquellos que viajaban a Campiglia ya sabían que si tenían dudas bastaba con ver en qué tren se subía el animal para estar seguros. De hecho, parecía que tanto los Barlettani, como los empleados y viajeros asiduos, se habían convertido en los amigos de Lampo y este de todos ellos.
Aunque claro, con tanta gente en el ajo al final el secreto no podía mantenerse y la presencia del perro en los trenes acabó por llegar a las altas instancias de las autoridades ferroviarias.
Se comunicaron con Elvio, para darle la orden de que el perro no podía continuar con ellos por lo que debían deshacerse del animal, por ello enviaron personal para meterlo en un tren destino Nápoles.
Así lo hicieron. Sin embargo, un tiempo después el inteligente y valeroso animal apareció de nuevo en Campiglia para volver con los Barlettani. Si regresó andando o en tren aprovechando su adquirida habilidad, se desconoce, pero el caso es que fue una alegría para ellos, aunque obviamente también un problema.
Sabiendo que podría tener un nuevo encontronazo con sus superiores, Elvio decidió anticiparse y envió al animal a la granja de un buen amigo pensando que en ese lugar también podría vivir bien.
Parece ser que Lampo no fue de la misma opinión, pues tras un par de meses, como si hubiera estado probando, regresó de nuevo a la estación.
A esas alturas, Elvio ya no sabía qué hacer, su hija y su mujer querían que se quedara y el animal volvió a su ruina diaria. La gente además había comenzado a conocer su historia y comenzó una cierta presión para que se aceptara al avispado perrito.
Finalmente, las autoridades cedieron y consintieron que Lampo pasara a formar parte del “personal” de la estación, regalándole además un collar con una chapa especial que le habilitaba para viajar sin coste en los trenes.
A partir de ahí y la publicidad que esto suscitó, periodistas de todo el país y de otros países acabaron visitando la población para entrevistar a la familia Barlettani y conocer al increíble Lampo, hasta la RAI italiana le dedicó un documental en su programa infantil de máxima audiencia entonces.
Esa popularidad, también sirvió para aclarar un poco el inicio de la historia del can, puesto que una persona se puso en contacto con la televisión afirmando que el perro era el mismo que había estado un tiempo con él en 1951, después de que hubiera visto al animal desembarcar en Livorno de un barco que procedía de los Estado Unidos.
Durante años, Lampo siguió disfrutando su particular estilo de vida entre trenes y humanos, haciendo las delicias de cuantos se encontraban con el can por su carácter abierto y amigable.
Lamentablemente, el 22 de julio de 1961, un tren que estaba haciendo maniobras no vio al animal y lo atropelló causándole la muerte.
El entierro del querido perro fue una gran muestra de duelo por parte de los habitantes de la localidad, empezando por la familia Barlettani. A los pies de una acacia, en un parterre junto al andén principal de la estación, el cuerpo del animal recibió sepultura.
Tanta fue la fama que alcanzó Lampo, que a raíz de un artículo contando su historia aparecido en la revista norteamericana “The Week” que llegó a alcanzar nada menos que trece millones de lectores, se puso en marcha desde allí la idea de erigir un monumento en su honor.
Se encargó a Andrea Spadani, romano que vivía en Estados Unidos y tenía una reconocida fama por haber trabajado para producciones de Hollywood.
Cuando estuvo terminada, la efigie fue trasladada hasta Italia y se ubicó en el mismo parterre en el que descansaba Lampo. Hoy en día allí sigue estando. Es la estatua de la que hablaba al principio y recuerda al asombroso Lampo y su increíble historia.
Como nota adicional, Elvio Barlettani también quiso rendir su particular homenaje a su amigo animal y escribió un libro llamado “Lampo, il cane viaggiatore” (Lampo, el perro viajero), que fue bastante popular e incluso llegó a tener edición de habla inglesa. Por cierto, las fotos del perro que ilustran la entrada, también fueron hechas por el propio señor Barlettani.
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