Un perro del pasado
Hoy quiero hablaros de un reciente hallazgo paleontológico que no deja de tener su punto de misterio e interés, por cuanto ha resultado ser bastante más enigmático de lo que parecía en un principio.
Su particularidad viene, antes que del hecho de la posible especie a la que pudieran pertenecer los restos encontrados, de las implicaciones que las posibilidades que se abren pueden ofrecer para el estudio de la rama de una familia de animales bastante cercana a nosotros.
No hablo en este caso de cercanía por parentesco, sino de la que se crea como consecuencia de convivir junto a nosotros durante mucho, muchísimo tiempo.
En esta ocasión el animal encontrado es un cánido, pero uno que ha llegado con algunos interrogantes curiosos y que pueden ampliar nuestra perspectiva.
El suceso ha tenido lugar en los yacimientos ubicados a las afueras de la población de Belaya Gora, literalmente “Montaña Blanca” en la lengua del lugar, capital del distrito de Abyysky, dentro de la república rusa de Sakha.
Es esta una zona muy rica en descubrimientos paleontológicos, cerca del curso del río Indigirka y en el corazón de la zona geográfica de Yakutia, en la Rusia siberiana.
Son muy conocidos los espectaculares descubrimientos de mamuths perfectamente conservados en el helado subsuelo, que tienen lugar cada cierto tiempo por allí, hasta el punto de que se están utilizando en estudios de recuperación de ADN con el objeto de “resucitar” a esta majestuosa casta de paquidermos, al más puro estilo de “Parque Jurásico”.
Pero en esta ocasión el objeto de la notica es un animal más modesto, en concreto un pequeño cachorro que ha aparecido en tal estado de conservación que francamente produce hasta incredulidad pensar que ese ejemplar se haya datado en nada menos que unos 18.000 años de antigüedad, puesto que parece que el infortunado animal murió apenas hace unos días.
Pelo o dientes están increíblemente conservados y aunque el cuerpo presenta un lógico estado de momificación, produce impresión ver las fotografías hasta el punto de que piensas que en cualquier momento podría despertar. El animal era un macho y fue bautizado con el nombre de “Dogor” que significa “Amigo” en la lengua de la zona.
A priori fue catalogado como un cachorro del lobo europeo que existía por entonces, sin embargo cuando empezaron los procesos de extracción e identificación del ADN aprovechable, comenzaron a llegar las sorpresas y el toque de misterio que iba a aportar el pequeño cánido se hizo patente.
Al ponerse a trabajar en el proceso de secuenciación del genoma del animal, descubrieron la existencia de un porcentaje bastante elevado, en torno al 43%, de ADN endógeno, lo que podría indicar ataques víricos o también mezcla de material genético.
El proceso no ha sido concluido como para poder extraer conclusiones definitivas, pero estos datos, junto con la propia exploración del cuerpo en sí mismo, ha llevado a los científicos a plantearse una hipótesis bastante sugerente y es que el cachorrito no fuera un lobo puro sino un animal con alguna mutación que lo hubiera convertido en otra cosa, en concreto en nada menos que el primer perro de la historia o por lo menos el más antiguo encontrado jamás.
Quizá pudiera haber sido un representante del ancestro común del que acabarían partiendo los lobos modernos por un lado y los perros por otro.
Otro punto que aporta más misterio, es que por esas tierras también se han hallado rastros de presencia de antepasados humanos y ya se pensaba que los perros comenzaron su relación con nosotros más o menos por aquellos lejanísimos tiempos. Por eso este hallazgo tiene su importancia en cuanto podría añadir peso a esas teorías.
De hecho, el descubrimiento ha ocasionado que algunos estudiosos se pregunten si no hubieran podido ser precisamente esos antepasados nuestros los que de alguna forma, mediante cruces de ejemplares o algún tipo de selección, hubieran intervenido para llegar a producir ejemplares como el perrito hallado y por tanto de alguna manera modificar y cambiar la línea de evolución natural de estos animales, creando ese can original del que luego salieron los modernos, tanto salvajes como domésticos.
Quizá comenzaron con algún lobo herido o solitario que buscó la compañía humana a la vez que nuestros antepasados cayeron en la cuenta de que ese animal podía serles útil además de darles también a ellos la misma compañía.
Y puede que con el tiempo y las generaciones ese tácito acuerdo de colaboración se fuera perfeccionando, haciendo por tanto determinante la interacción con los ancestros humanos para que tengamos en el presente toda la variedad perruna que disfrutamos hoy en día.
Sería interesante que el pequeño Dogor pudiera servir para arrojar algo más de luz a ese período misterioso y a cómo surgieron los que ahora son tan buenos amigos nuestros.
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