Hay historias que, siendo reales, envuelven tal cúmulo de misterios y puntos inexplicables, que acaban convirtiéndose en leyendas que se transmiten a lo largo de los años y las generaciones.

Por supuesto nuestro país no iba a estar exenta de ellas y la que os cuento hoy es realmente siniestra por todos los detalles que la rodearon, aunque tampoco podemos obviar las partes que permitirían hablar de aspectos hasta milagrosos en los hechos acontecidos.

Para conocer esta historia hay que remontarse al siglo XVIII, hasta el año 1731 y debemos viajar a la cordobesa localidad de Puente Genil.

Allí había nacido un tiempo antes, concretamente el 27 de marzo de 1728, un niño de nombre Alonso Ruperto, hijo de unos humildes campesinos llamados Diego León de los Ríos y Ana Gordillo.

Su vida había sido normal dentro de sus circunstancias hasta que llegó la fatídica fecha del 27 de diciembre de 1731.

Ese día, el pequeño Alonso Ruperto desapareció de la faz de la tierra, ante el terror de su familia y vecinos que a pesar de buscarlo por todas partes no lograron dar con el niño.

En los días sucesivos, la gente comenzó incluso a hablar de fuerzas sobrenaturales y algún vecino describió haber visto un extraño desconocido vestido con una capa negra que llevaba a un niño lloroso de la mano, pero nadie fue capaz de dar con el visitante ni por supuesto con Alonso.

La historia iba a tomar tintes dramáticos el 4 de enero de 1732, cuando unos yegüeros, de nombre Cristóbal Sánchez de Carmona  y Sebastián León, curiosamente primo del padre del niño, se encontraban pastoreando sus caballos por la sierra circundante.

En un determinado momento, Cristóbal que había subido a lo alto del monte para recoger algunas yeguas, se topó con algo terrible, pues recostado contra el tronco de un romero halló el cuerpo de un niño.

Cuando se acercó, pudo comprobar que estaba muerto y que desgraciadamente se trataba de Alonso Ruperto, pero su horror fue a más cuando pudo ver que el niño presentaba múltiples señales de haber sido torturado salvajemente.

Pero lo que rompió definitivamente los esquemas al yegüero fueron las circunstancias extrañas que nada tenían de natural.

Para empezar, cuando tocó ligeramente el cuerpo para comprobar que estaba sin vida pudo notar que a pesar de llevar varios días a la intemperie, no mostraba evidencia alguna de haber sido atacado por los animales del monte, como si le hubieran respetado. No solo eso, por si fuera poco, en lugar de frío estaba todavía tibio y además le pareció que desprendía un ligero perfume a agua de rosas.

Más extraño todavía, a unos escasos dos metros del desventurado niño, puedo ver que tres enormes mastines de los que andan junto al ganado, se hallaban tumbados alrededor sin hacer el más mínimo gesto extraño, tal como si estuvieran allí de guardia o para proteger el cuerpo del chaval.

Era evidente que tampoco ellos habían hecho nada al cadáver ni eran responsables de sus heridas y se limitaron a seguir con la mirada las evoluciones de Cristóbal y luego de Sebastián cuando el primero le llamó alarmado.

Con cuidado envolvieron al niño en una manta y se dispusieron a bajar de nuevo al pueblo con la fatal nueva, mientras en otro comportamiento desacostumbrado, los tres mastines les fueron siguiendo ceremoniosamente cual escolta, hasta la misma entrada de la población.

Pronto todo Puente Genil conoció el terrible desenlace, aderezado con las extrañas circunstancias que lo rodearon, lo que alimentó la imaginación popular y más todavía con los hechos sucedidos después con el estudio médico y la autopsia.

Depositado en casa de su abuelo, todos pudieron comprobar que el cuerpo, a pesar de que los días pasaban, no mostraba la menor señal de corrupción o putrefacción y encima las señales de sus heridas, especialmente en pecho, manos y pies, fueron rápidamente comparadas con las de Jesús en la cruz.

Adicionalmente se filtraría que durante la autopsia, del cuerpo llegó a manar sangre fresca, lo que unido a todo lo demás, hizo que en el pueblo se plantearan que algo milagroso había ocurrido en torno a esta tragedia.

De hecho, por parte de un noble de la localidad se intentó formalmente que la iglesia reconociera al niño como mártir, pero nunca se supo que pasó con aquella petición.

Sea como fuere, los restos de Alonso Ruperto acabaron depositados en una urna en la parroquia de Nuestra Señora de la Purificación, el día 6 de enero, llevado allí en una solemne procesión en la que participó todo el pueblo.

Hoy en día todavía permanecen allí, junto a una placa conmemorativa. En el pueblo nunca han olvidado su historia.

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