Perro infernal en la batalla
No hay duda de que una guerra es un territorio abonado para la aparición de todo tipo de horrores y los sangrientos episodios que se viven en las batallas dan pie a multitud de historias y relatos que en no pocas ocasiones nada tienen que ver con el puro desempeño militar.
Y dentro de todas las categorías, los testimonios de hechos insólitos cuando no decididamente paranormales, son desde luego de los primeros en las listas, estando presentes en casi todas las contiendas de cualquier época, mucho más si son relevantes.
Es el caso de aquella a la que me referiré hoy, nada menos que la que fue conocida en principio como “La Gran Guerra”, aunque desgraciadamente el devenir histórico posterior hizo que le surgiera otra competidora y por eso pasó a ser conocida después como La Primera Guerra Mundial (1914-1918).
En esta guerra, tan cruenta, tan extendida y con tal cantidad de personas implicadas en una u otra forma, no faltaron desde luego testigos que relataron posteriormente haber presenciado hechos extraños de todo tipo.
Pero hoy en concreto quiero centrarme en unos que a la postre dieron mucho que hablar y que tuvieron lugar en torno a una población belga testigo de una tremenda batalla entre tropas alemanas y británicas, que por cierto era la primera vez que entraban en combate directo con sus adversarios. Se trata de la ciudad de Mons.
Esa ciudad fue ocupada por los alemanes en 1914 y allá por el mes de agosto, llegaron a sus inmediaciones las tropas británicas dispuestas a liberarla.
El gran choque inicial tuvo lugar entre el 21 y el 24 de agosto, con varios cruentos enfrentamientos entre las tropas expedicionarias británicas, cuyo comandante en jefe era John French y las divisiones alemanas comandadas por Alexander Von Kluck.
Tras estos primeros choques, los británicos fueron rechazados y tuvieron que replegarse a una ubicación más segura a relativa poca distancia de la población, en lo que sería una esforzada y complicada retirada.
El enfrentamiento, como tantos otros en esta guerra, acabaría por estancarse en una batalla de posiciones en la que ambas partes se atrincheraron en las suyas con escaramuzas constantes pero no definitivas que se llegaron a prolongar casi dos años, costando al final la vida a más de 6.000 combatientes entre ambos bandos.
No voy tampoco ahora a meterme en una crónica de guerra, por ello sirvan estos simples datos para ubicarnos. Si alguien quisiera una información más completa, Internet cuenta con amplia documentación sobre los aspectos técnico-históricos de la batalla en sí.
Pero como sugería antes, un aspecto interesante de este episodio de la Primera Guerra Mundial es que fue escenario de dos destacados hechos poco convencionales y a los que se les dio una gran publicidad posterior.
El primero, que citaré también de modo más telegráfico, fue la supuesta aparición de los que serían conocidos como “Los Ángeles de Mons”.
Y es que durante la contienda hubo diversos testimonios de soldados británicos relatando que en plena batalla se habían aparecido unos ángeles armados con arcos para acudir en su ayuda y que al parecer no eran otros que los arqueros que participaron en la famosa batalla de Azincourt, contra los franceses, en 1415.
Siendo desde luego una historia que ha dado pie a todo tipo de comentarios desde entonces, de la que es fácil encontrar información y que por supuesto resulta digna de mención, hay otra surgida en esta misma batalla de Mons, que resulta tanto o más desconcertante.
Es la que se conocería en todo el mundo anglosajón como “The Hellhound of Mons”. O para nosotros, el Sabueso del Infierno de Mons.
La historia salió a la luz gracias al veterano y periodista canadiense, F. J. Newhouse. Habiéndola conocido a través de diversos testimonios, se habla de decenas de soldados, recopiló toda la información que pudo y en 1919 la publicó en Oklahoma en el Ada Evening News.
Su relato resultó tener un gran éxito y otras muchas publicaciones en todo el territorio norteamericano reprodujeron el artículo del periódico de Oklahoma.
Al parecer los hechos inexplicables comenzaron a originarse al poco de estancarse la batalla de Mons en las trincheras y tenían como foco principal esa tierra intermedia de nadie que se establece entre las posiciones de ambos contendientes.
En el momento que se hacía la noche, cuando los soldados se tomaban un descanso en las hostilidades y aprovechaban también para atender a los heridos y recuperar a los caídos, comenzaron a correr de boca en boca comentarios sobre extraños y terroríficos aullidos y gruñidos que helaban la sangre y que cada vez más soldados en las dos partes afirmaban haber escuchado.
Y lo peor es que algunos incluso juraban haber visto a eso de la media noche, algo parecido a la silueta de un enorme perro o lobo, acechando cerca de las líneas de alambre de espino que marcaban las posiciones.
Los testimonios comenzaron a ser cada vez más abundantes y empezaron a convertirse en un quebradero de cabeza para los mandos.
Y más cuando sucedió lo inconcebible, pues llegó a aparecer algún herido tanto británico como alemán que a duras penas pudo contar haber sido atacado por un animal monstruoso con aspecto de lobo pero más grande y aterrador.
Además, algunos cadáveres de caídos que comenzaron a aparecer, presentaban heridas que cuadraban más con el violento ataque de algún feroz animal carnívoro que con el impacto de munición ligera o pesada.
Independientemente de la fidelidad absoluta a lo acontecido realmente con la que tales relatos comenzaron a circular, el hecho cierto es que la voz comenzó a correrse como la pólvora a ambos lados de las trincheras.
Pronto le dieron nombre como El Sabueso Infernal de Mons, tal como adelantaba, pasando a llevar el terror a los fatigados soldados con sólo nombrarlo.
Aparentemente y siguiendo lo narrado por F. J. Newhouse, sus primeras víctimas constatadas resultaron ser los integrantes de una patrulla británica formada por un capitán de nombre Yeskes y cuatro soldados, cuya misión consistía en atravesar la tierra de nadie durante la noche e infiltrarse entre las posiciones alemanas en busca de información.
No volvieron al día siguiente, lo que hizo pensar a sus mandos que habían sido capturados o muertos en acción. Posteriormente enviaron otra patrulla para intentar saber que había sido de ellos y acabaron encontrando los cuerpos de todos salvajemente mutilados y con marcas de enormes colmillos.
Otras patrullas nocturnas corrieron una suerte similar y al parecer en el bando de los alemanes no lo tuvieron mejor, sufriendo también bajas en circunstancias parecidas.
Por los mandos de ambas partes comenzaron a establecerse turnos de vigilancia nocturnos especiales con el fin de abatir a cualquier ser viviente sospechoso. Pensaban también para quitar hierro al asunto y evitar el contagio de miedo generalizado entre las tropas, que todo podía ser obra simplemente de perros asilvestrados hambrientos, pero no se tiene constancia de grandes cazas de canes en las líneas de trincheras durante el tiempo que duró esa batalla.
El propio Newhouse daba una explicación mucho más siniestra al mencionar los experimentos de un supuesto doctor alemán llamado Gottlieb Hochmuller, que habría realizado ensayos genéticos con el fin de conseguir algo en principio delirante, como era implantar el cerebro de un psicópata humano en el cuerpo de un gran lobo siberiano para tener así un asesino elevado a la enésima potencia.
Otras fuentes dejan esos ensayos en algo un poco menos alocado y hablan de alterar genéticamente al lobo para que fuera más grande y agresivo y pudiera usarse militarmente contra los enemigos.
Todos estos datos no cabe duda que también contribuyeron a dar popularidad a los escritos de Newhouse, pero sin embargo justo es decir que tampoco estuvieron exentos de polémica, pues un par de años después parece que algunos otros investigadores intentaron obtener información adicional y corroborar la historia relatada, sin poder encontrar rastro alguno de la existencia del tal doctor Hochmuller, de la misma forma que tampoco encontraron ningún capitán Yeskes o similar en ninguna unidad de las que estuvieron en aquel tiempo por tierras belgas.
Eso acabó desprestigiando un poco las historias de Newhouse, que quedarían ya envueltas en la duda.
Pero desde luego lo que sí es cierto es que los testimonios sobre ese extraño y terrorífico cánido fueron abundantes entre los combatientes.
Que fueran debidos a simples perros callejeros o a contagios psicológicos ya es otro tema. De la misma forma que los daños en los caídos o las heridas de los que sobrevivieron, indicando posibles ataques de bestias, pueden pensarse como bien interpretados o no.
Hay quienes dijeron, ante el hecho de que nunca se llegó a matar o capturar ninguna bestia, que en realidad lo que se aparecía en el campo de batalla belga no era otra cosa que el mismísimo demonio con la forma de un monstruoso cánido, en busca de las víctimas del conflicto.
Sea como fuere, la leyenda quedó ahí y el enorme Sabueso Infernal de Mons, quedó ya asociado con la memoria colectiva de ese episodio de la guerra.
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