Oolonga Daglalla
Hoy llega a este rincón un inquietante ser que, como en algunas otras ocasiones que ya han surgido aquí, tiene su origen en el rico folklore norteamericano.
Proviene en este caso del sureño estado de Tennessee, precisamente unos de los más prolíficos en cuanto a historias, relatos y sucesos extraños.
Y como no podía ser menos, encontraremos los orígenes de su presencia en las ricas tradiciones de los antiguos indios americanos.
Es especialmente el pueblo Cherokee el que más arraigada tiene en sus historias la presencia de este ciertamente aterrador ser.
Con el nombre “Oolonga Daglalla“, que libremente podría traducirse por “espíritu de dientes afilados”, ha sido conocido y temido durante generaciones.
Esta criatura monstruosa habitaba siempre en zonas de vegetación que dispusieran de agua cercana, ya fuera por estar cerca del curso de los ríos o por hallarse en las inmediaciones de algún lago. Morfológicamente se le consideraba una mezcla de puma, lobo y glotón, con una cabeza prominente de puntiagudas orejas y terrible dentadura.
Era especialmente activo durante la noche, vagando por sus territorios mientras emitía su llamada de advertencia, descrita por los nativos como un prolongado lamento que helaba la sangre y hacía poner tierra de por medio a cualquiera que lo escuchase. Era fácil sentir además un marcado olor a azufre que al parecer provenía de su aliento.
Tenía además una terrible particularidad y que no era otra que un exacerbado odio hacia el ser humano, lo que le convertía en un sanguinario perseguidor de cualquier desventurado que tuviera la desgracia de ponerse a su alcance.
Sus afiladísimos dientes, su fuerza, velocidad y tamaño, como de un metro y ochenta centímetros de largo, lo convertían en un ente aterrador al que no se podía hacer frente y que traía consigo una muerte segura.
Los hombres quedaban en shock cuando descubrían entre la vegetación sus ojos de fuego y de nada les valía intentar huir pues era capaz de alcanzar grandes velocidades y salvar obstáculos notables con su capacidad de salto.
Por si fuera poco, cuando iniciaba la persecución de alguna presa, nada ni nadie le desviaba in apartaba de su objetivo, lo que hacía que el final de la historia solía ser siempre el mismo, la muerte del perseguido, no sin que antes el animal jugara con su víctima atrapándolo y dejándolo escapar varias veces, cada vez más malherido.
Las tradiciones tan sólo contemplan unos pocos afortunados que por diversas circunstancias fortuitas se enfrentaron al monstruo y vivieron para contarlo. De esos casos proceden los datos que han alimentado la descripción de la criatura.
Es interesante destacar además, que aquellos que sobrevivieron quedaban por así decirlo marcados y eran expulsados del poblado, pues pensaban que si no lo hacían así, la bestia volvería al poblado a buscarlos y acabaría también con todos los demás. Eso sí, les proporcionaban una lanza y un cuchillo como defensa y si seguían vivos siete días después podían regresar, pues entendían que la criatura ya no le perseguiría.
Se puede también destacar que a pesar del pánico que el Oolonga-daglalla ha despertado siempre, a la vez era en cierta forma venerado, pues los hechiceros y hombres fuertes de las tribus, le consideraban como un ser casi espiritual, en tanto se le otorgaba la representación de la fuerza salvaje de la Naturaleza y por tanto le suponían encargado de vengar a la propia Naturaleza ante cualquier exceso por parte de los hombres.
Incluso, en la corteza de los árboles se tallaban una suerte de señales indicativas especiales delimitando las zonas más peligrosas, intentando así advertir a los que cruzaran por allí, para evitar encuentros sangrientos.
Los nativos estaban convencidos de que el monstruo era capaz de absorber el espíritu de sus víctimas, de tal forma que regresaban convertidas en una suerte de zombies sedientos de sangre y con los que era casi tan peligroso encontrarse como con la propia criatura.
Son muchas las bajas que se le han atribuido durante años y cuando los primeros colonos blancos comenzaron a establecerse y trabar relación con los nativos, por supuesto fueron informados de lo que podían encontrar si se aventuraban donde no debían.
Con el paso del tiempo, las leyendas indias fueron desdibujándose absorbidas por la nueva civilización, pero lejos de desaparecer, lo que hicieron fue cambiar e integrarse. Eso ocurrió también con el Oolonga-daglalla que los colonos hicieron suyo transformándolo en el “Long Dog”.
Y eso tuvo su especial relevancia a mediados del siglo XIX. En 1847, en un periódico editado en la localidad de Knoxville, se relataba un horrible suceso que aterrorizó a todos. En la ribera de un pantano había sido hallado el cadáver terriblemente mutilado de un vecino de la zona. Daba la impresión de que hubiera sido sorprendido cuando iba a recoger agua.
El caso es que el pobre hombre había sido atacado con una saña inaudita hasta el punto de que su cuerpo desmembrado estaba en tal situación que hasta fue difícil identificarle.
Oficialmente se achacó el crimen a algún sádico grupo de bandidos, pero por toda la zona no tardaron en apuntar una muesca más en la cuenta del Long Dog.
Aquello creó una gran alarma, que fue diluyéndose con el paso del tiempo pero que se convirtió rápidamente en psicosis cuando en 1888 un caso similar, con el agravante de haber en esta ocasión dos víctimas, trajo de nuevo al recuerdo de la gente el suceso ocurrido años atrás.
En efecto, en la región de Piney Flats y otra vez en las inmediaciones de un pantano, se descubrieron los cadáveres de un hombre y una mujer, tan horriblemente despedazados como el precedente.
De nuevo se achacó el crimen a unos bandoleros, a pesar de las evidentes lesiones por mordiscos y arañazos que al parecer presentaban los cuerpos.
Los habitantes de los alrededores no parecieron muy convencidos, pues se sabe que se organizaron diversas batidas para acabar con la bestia, que lo único que lograron fue abatir a un gran número de animales que tampoco tenían nada que ver.
Aun así, eso no eliminó el miedo general y por estos casos y algunos otros que fueron surgiendo aquí y allá, evidenciando lo inútil de las batidas, también los colonos acabaron teniendo muy presente a su Long Dog, cuando habían de desplazarse por los solitarios territorios que les rodeaban.
De hecho, en las pequeñas poblaciones de las zonas más remotas del estado, todavía en los primeros decenios del siglo XX, se podían escuchar historias sobre este enigmático y terrorífico ser.
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