No cabe duda de que el caballo ha prestado una ingente y valiosa cantidad de servicios al género humano, por todo lo largo y ancho del globo y a través de los siglos.

Son innumerables las tareas en las que su colaboración y ayuda han sido indispensables para que la propia civilización humana fuera avanzando.

Estos nobles équidos se han ocupado por nosotros de ingratas tareas, en no pocas ocasiones en condiciones especialmente difíciles.

Quiero hablaros ahora de una de ellas que quizá no sea tan conocida, pero que representó un gran esfuerzo y sacrificio para muchos animales, llegando a representar un pequeño misterio cómo pudieron adaptarse a semejantes condiciones de vida y trabajo. Pero el caso es que lo hicieron.

Me estoy refiriendo a los caballos de las minas. Sí, tal cual. Es probable que desconocierais que en los últimos años del siglo XIX y primeras décadas del XX, hubo una población de caballos que vivió y trabajó dentro de las minas de carbón, sin salir para nada de ellas.

Tanto caballos normales, los denominados “Mine Horses”, como pequeños ponis llamados “Pit Poneis”, estos equinos trabajaron codo con codo con sus cuidadores humanos, a los que denominaban “Conogons”.

Eran descendidos a lo profundo de las minas mediante unos sistemas de poleas y una vez allí hubieron de acostumbrarse a las duras condiciones de falta de luz, humedad y aire puro, pues sus establos se hallaban en las propias galerías, por lo que los animales ya no volvían a subir a la superficie.

Transportando hasta los montacargas los pesados carros con el preciado carbón, su labor fue muy importante para mantener una producción tal que hiciera posible cosas como la revolución industrial de finales del siglo XIX.

Asombraba a los hombres la manera en que cuando finalizaba su dura jornada, los animales eran capaces de regresar hasta sus establos por las oscuras galerías para su merecido descanso.

Recibían, eso sí el respeto de sus compañeros humanos por su callada capacidad de trabajo y la ayuda que significaba para ellos.

En minas británicas, canadienses y americanas, este sistema de emplear caballerías para estos menesteres fue ampliamente utilizado, aunque después no fuera algo que llegara a ser del todo conocido por el gran público.

Todos hemos oído alguna vez historias sobre lo dura que es la vida de los mineros y más en décadas pasadas, con innumerables tragedias vividas, por lo que tampoco cuesta mucho imaginar que igual de dura o quizá hasta algo más por sus circunstancias específicas, fuera esa vida permanente en las galerías para aquellos sufridos y a la vez valientes caballos.

Simplemente por ejemplo si pensamos en sus condiciones de salud, se puede decir que no eran las óptimas, pues no infrecuentes las heridas, enfermedades o infecciones y los cuidados veterinarios no siempre eran los adecuados o llegaban a tiempo, pues lo que primaba era la producción.

Si ya para los humanos las condiciones eran manifiestamente mejorables, imaginad cómo no serían para los caballos, independientemente de que como decía, los mineros en general los intentaban tratar lo mejor que podían pues los consideraban sus compañeros, pero las duras condiciones del entorno pasaban factura a todos.

Hubieron de pasar muchos años para que aquella actividad se diera por terminada. De hecho no fue hasta el 3 de diciembre de 1972, cuando el último caballo minero, una yegua llamada “Ruby”, fue devuelta a la superficie con todos los honores y recibida incluso por una banda de música que la homenajeó mientras la colocaban una corona de flores al cuello como reconocimiento.

En recuerdo de todos los congéneres que vivieron y murieron en aquellas minas durante tantos años, existe hoy un monumento, un conjunto escultórico, en el museo de la antigua mina de “Red Hill”. Es conocido como “Conogon” y representa uno de esos caballos tirando de un carro junto a su cuidador humano.

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