Misterio en la cueva
Pues veréis, resulta que en esta entrada vamos a volver a tener un vídeo, pero en este caso se trata más bien de uno explicativo, que nos va contar con mayor detalle el curioso caso que nos va a ocupar.
Seguro que la mayoría de vosotros estáis al tanto de las noticias que, dentro del ámbito paleontológico, han ido surgiendo desde hace décadas sobre el hallazgo de huellas fósiles de diversos dinosaurios en distintas partes del mundo.
Estratos rocosos o antiguos cauces de ríos son quizás los terrenos más idóneos para ello a tenor de lo encontrado por los científicos.
Pero a veces la cosa se complica un poco, puesto que no es tan habitual encontrar rastros y huellas de ese tipo en el interior de una cueva y no digamos nada si os hablo de localizar algo así en ¡El techo!
Sin embargo, eso es justo lo que ocurre dentro de una cueva muy particular y hasta donde sé, única por esa característica.
Dentro de la región francesa de Occitania está la zona de Lozère y ubicada en su término, dentro del Parque Nacional de Las Cevenas, se halla la Cueva de Castelbouc, en la localidad del mismo nombre.
Es esta una gruta bastante conocida por los aficionados a la espeleología, habiendo diversas rutas y actividades que giran en torno a ella.
En su interior se pueden encontrar grandes estancias, un lago subterráneo y hasta playas arenosas. En las zonas más habitualmente visitadas no hay tampoco grandes desniveles por lo que es apta incluso para excursiones familiares.
Pero además, la cueva tiene un considerable interés científico tanto desde el punto de vista geológico como desde el paleontológico.
Y es con esta última perspectiva con la que nos acercaremos hoy a ella, puesto que una expedición capitaneada por el paleontólogo Jean-David Moreau, científico de la Universidad de Borgoña, hizo un descubrimiento sorprendente que daría inicio a un estudio más profundo en los siguientes años.
La primera incursión tuvo lugar en 2015. Se trataba de investigar una zona descubierta en 1989 y alejada de los circuitos habituales, a la que se accede a través de unos estrechos conductos de arrastre que además, para más dificultad, tienen tendencia a inundarse en algunas épocas del año.
Pero desde luego la dificultad asumida mereció la pena puesto que al final, a unos 500 metros bajo tierra, hallaron una cavidad, bautizada como N4, en la que encontraron todo un rosario de huellas fósiles de diversos ejemplares.
Comenzaron así una serie de estudios que todavía continúan y en los que se han usado herramientas de última tecnología. Tras concienzudos trabajos se llegó a la conclusión de que se podían distinguir las huellas de al menos tres ejemplares diferentes y que debían ser saurópodos de la familia de los titanosaurios, los dinosaurios más grandes que han existido y que vivieron aproximadamente como hace unos 168 millones de años.
Adicionalmente se llegó también a la idea de que posiblemente se tratara de una nueva especie desconocida, dentro de la familia.
Todo ello aportó un enorme valor a los descubrimientos del equipo de Moreau, pero añadido a ello hubo un detalle en concreto que los terminó de convertir en algo único y que no es otro que el hecho de que para su gran sorpresa, hallaron rastros de huellas perfectamente definidos nada menos que en el techo de la cavidad.
Por supuesto, no quiere eso decir que los pesados titanosaurios andasen tranquilamente por el techo cual si fueran lagartijas, pero desde luego el efecto era impactante.
Lo que con la ayuda de los geólogos creen que sucedió fue algo raro pero tampoco imposible. En aquellos tiempos lejanos millones de años atrás, ese terreno sería seguramente una zona cercana al mar, teniendo en cuenta la geología pasada y presente de la zona y a tenor de otros hallazgos fósiles encontrados.
Por allí eran habituales los rebaños de grandes dinosaurios herbívoros que gustaban además de refrescarse en las aguas, al estilo de otros animales actuales.
Sin embargo, en un momento indeterminado, debió producirse algún movimiento sísmico que produjo un tremendo corrimiento de tierras.
Eso llevó aparejado un levantamiento del terreno acompañado de un intenso plegamiento, lo que provocó que en ese punto el firme se diera literalmente la vuelta convirtiendo el suelo en techo y creando la cavidad que terminó además enterrada a muchos metros de profundidad.
Todo ese cúmulo de acontecimientos acabó causando lo que el equipo de Moreau descubrió, haciendo por ello única en el mundo a la cueva de Castelbouc.
Y por descontado ese conocimiento no desmerece para nada lo impactante que resulta mirar hacia el techo y encontrar ese rastro de huellas.
Para comprender un poco mejor el desarrollo de los acontecimientos, os incluyó un vídeo como finalización, en el que el propio Jean-David Moreau explica sobre el terreno las investigaciones que allí se están llevando a cabo.
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