La leyenda del cazador y la loba
Todos hemos visto y oído en los documentales o las películas el característico aullido de los lobos que tantos recuerdos remueve en nuestro subconsciente humano más profundo.
Algunos hemos tenido también la suerte de poder fascinarnos en directo con ese espectáculo natural que resulta impresionante.
No faltan las explicaciones zoológicas para este comportamiento, siendo la principal la comunicación entre individuos y manadas, pero por supuesto existen otras más singulares que entran de lleno en el terreno del misterio y la leyenda.
Tal sucede con la historia que os paso a relatar y que tiene su origen en un tiempo pasado muy, muy, remoto, del que solo sabemos precisamente por la tradición oral que se ha ido transmitiendo durante incontables generaciones.
Pues bien, en aquellos tiempos, cuentan que en un pequeño poblado habitaba un cazador que vivía solo. Con el paso de los años, aquella soledad empezó a hacer mella en el ánimo del hombre hasta tal punto que un día concreto tomo una decisión. Se pertrechó con todos los elementos necesarios y con determinación abandonó su cabaña convencido de no volver hasta encontrar aquello que salía a buscar… ¡El amor!
En territorio tan vasto y despoblado no le iba a ser una tarea fácil, pero perseveró día tras día, hasta que con el paso de las semanas y luego los meses, su ímpetu inicial fue desvaneciéndose mientras la idea de que nunca encontraría el tan buscado amor comenzaba a tomar fuerza en su interior.
Por entonces era además pleno invierno y en las tierras norteñas por las que se movía, la nieve dificultaba sobremanera su caminar. En esas estaba cuando una gélida noche le sorprendió una ventisca terrible y buscó refugio en unas rocas cercanas que acertó a duras penas a vislumbrar.
Pero cuando llegó hasta ellas le esperaba una peligrosa sorpresa, porque de buenas a primeras se encontró cara a cara nada menos que con un lobo que también había tenido la misma idea.
Hombre y animal quedaron en principio atenazados por el inesperado encuentro, lo que dio pie a que el instinto del hombre estudiara rápidamente la situación.
Se percató entonces de la postura yacente del lobo y al fijarse en su voluminosa tripa llego la segunda sorpresa por cuanto pudo ver cómo de su parte trasera comenzaba a emerger algo. Entonces el animal pareció decidir que lo que le sucedía era más importante que la llegada del intruso humano y se centró en ello.
Eso dio ocasión al hombre, que seguía estático en su posición, para comprender del todo la escena y darse cuenta de que el lobo era en realidad loba y se encontraba de parto en esos precisos momentos.
Pudo ver cómo llegaba al mundo un primer lobezno y luego un segundo, mientras la ventisca arreciaba y la loba intentaba a duras penas proteger a su familia.
En ese momento el hombre, nunca supo bien porqué, en lugar de sacar a la luz su instinto como cazador y hacer uso de su arma, sintió de repente una oleada de compasión y comprensión hacia aquella maternal loba y sus pequeños, entendiendo que estando la loba débil por el parto y con aquella ventisca, era difícil que logaran resistir hasta el día siguiente.
Por ello no dudó en tomar otra decisión importante y se dispuso a no dejar que aquello pasara. Cogió sus mantas además de su ropa de abrigo y sin vacilar se acercó a la familia.
Ante una situación como esa, parece que la loba comprendió que aquel humano que en condiciones normales no habría dudado en matarla o ella a él, no representaba una amenaza, sino más bien todo lo contrario.
El hombre entonces, con el mayor de los cariños, con todo cuidado, se puso las mantas por encima y se colocó encima de la loba y sus cachorros protegiéndoles de la heladora ventisca con su propio cuerpo. Así acurrucados, hicieron frente a los elementos.
Pasó la noche, también la ventisca. El nuevo día trajo una despejada mañana y la loba despertó por los gruñidos de sus pequeños que pedían alimento. Mientras les dejaba mamar agradecida por seguir todos con vida, reparó entonces en que el hombre que tan generosamente les había ayudado no se movía.
Con hondo pesar, el animal se dio cuenta de que el humano no había resistido y había muerto durante la noche, lo que hizo que la buena loba sintiera un aguijonazo de tristeza y profundo agradecimiento por el heroico acto de aquel desconocido, que había salvado a su familia.
En ese momento la loba sintió una súbita corriente en su rostro y ante ella se presentó nada menos que el mismísimo dios de los vientos para darle un importante mensaje.
Le explicó la historia de aquel hombre, de cómo había partido en busca del amor, de cómo ya había desesperado de encontrarlo, pero también de cómo, sin que casi se diera cuenta, en realidad lo había encontrado, pues su acto de bondad, su sacrificio, no podían ser otra cosa que un acto de auténtico amor.
Por ello, el dios de los vientos había decidido premiarle permitiendo que su espíritu pudiera permanecer en la propia Naturaleza, en los árboles, los ríos, los montes, la nieve, incluso en el mismo viento.
Desde entonces, en las oscuras noches, la loba y sus cachorros comenzaron a aullar a los cuatro vientos para hacer llegar al espíritu de su benefactor humano su mensaje de inmensa gratitud y recuerdo perenne, por salvarles la vida con su sacrificio de amor en aquella gélida madrugada.
Esa manera de actuar fue transmitiéndose después en las sucesivas generaciones de lobos, perdurando hasta nuestros días.
Bonita historia que nos cuenta que el amor puede encontrarse dónde menos lo esperas y tampoco está de más repartirlo con nuestros amigos los animales.
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