La historia del Bunyip
Australia, dentro de su enorme territorio, dispone como otros muchos países de sus propias historias y leyendas protagonizadas por míticos animales misteriosos.
A uno de ellos sin duda la tradición popular le ha hecho merecedor de la fama más aterradora. Estoy refiriéndome al legendario Kianpraty, bastante más conocido como “Bunyip”. Este nombre procede de la palabra aborigen banib, que significa demonio.
No existe unanimidad en las fuentes para conseguir una descripción uniforme de esta bestia, pues se ha dicho que recuerda a animales tan dispares como una foca, un hipopótamo, un casuario (un primo australiano del avestruz), un caballo, un cocodrilo o incluso un dragón. Tampoco hay uniformidad en su coloración que se describe variando entre tonos marrones a verdes, llegando a ser descrito como iridiscente.
Lo que sí parece claro es que se trata de un ser con un modo de vida típicamente anfibio, siendo su hábitat natural las zonas pantanosas y los cauces y remansos de los ríos.
Se le atribuyen poderes sobrenaturales, como los que le otorga la leyenda aborigen que explica cómo en venganza por haber robado una de sus crías, una madre Bunyip atacó un poblado para recuperarla y acabó por convertir en cisnes negros a todos sus habitantes.
Aunque su auténtica mala fama viene dada por sus fieros instintos depredadores, que lo hacen esperar emboscado por las noches el paso de cualquier animal o incluso persona que pueda servirle de cena, mostrando al parecer especial debilidad por las mujeres. Por si fuera poco se dice que posee una gran voracidad, por lo que frecuentar sus dominios tras la puesta de sol no es nada seguro.
Incluso la tradición advierte de que sus agudos y aterradores chillidos son capaces de coagular la sangre de quien los escuche demasiado cerca. Otro motivo para querer estar lejos es que además estar en su proximidad puede producir diversas enfermedades.
De hecho, hay determinadas zonas concretas que los aborígenes evitan recorrer de noche y aconsejan a los turistas hacer lo propio. Y a lo largo de los años se le ha culpado en más de una ocasión de algunas desapariciones de personas que nunca aparecieron y que supuestamente por tanto, acabaron entre sus fauces.
Hay especialmente dos lagos, el lago George y el lago Bathurst, ambos en el estado de Nueva Gales del Sur, en cuyos alrededores se han dado más incidentes extraños a lo largo del tiempo.
Fue también en el cauce de un río en ese estado donde se encontró hacia 1805 un extraño cráneo que ocasionó tremendas dificultades a los naturalistas de la época para su catalogación y estuvo siempre envuelto en controversia. Para algunos se trataba simplemente de un fraude, mientras que otros lo asociaban a una vaca o similar y no faltaron tampoco los que afirmaron que era la primera prueba palpable de la existencia del Bunyip.
El caso es que el cráneo en cuestión acabó siendo expuesto en el Museo de Sidney, pero no aguantó mucho en su urna ya que a las pocas semanas de su presentación desapareció de allí de forma misteriosa sin que fuera vuelto a ver ni se lograra aclarar cuál fue su destino.
Fue durante esos años y los siguientes hasta casi finales del siglo XIX cuando se produjeron la mayor cantidad de posibles encuentros con el Bunyip, si descontamos claro está, aquellos recopilados durante siglos por los aborígenes y transmitidos en sus tradiciones.
Durante el siglo XX fueron comentadas algunas apariciones a finales de los años 40 y sobre todo una en 1970, cuando un ganadero disparó sin alcanzarlo contra un extraño ser que describió del tamaño de una vaca, peludo y con orejas de cerdo. Ese suceso coincidió con la misteriosa desaparición de otros dos ganaderos en la zona, lo que desató por un tiempo el miedo entre los lugareños que culparon al Bunyip visto de haber acabado con los desaparecidos, que pese a la búsqueda posterior ya no fueron encontrados. Esto ocurrió en las proximidades del lago Lismore, también en Nueva Gales del Sur, cerca ya de la frontera con el vecino estado de Queensland.
Desde entonces parece que el mítico ser ha ido borrándose poco a poco de la actualidad, lo que no quita para que de cuando en cuando salte aún a las noticias locales algún nuevo caso de un extraño avistamiento que pudiera estar protagonizado por la misteriosa criatura.
Lógicamente se ha intentado buscar alguna equivalencia razonable entre las especies conocidas que pudiera ayudar a clasificar e identificar al escurridizo animal, pero tampoco se han logrado grandes avances habida cuenta, como ya dije, de lo variado de las descripciones aportadas tanto por los testigos como por las tradiciones populares.
No obstante hay dos teorías que cuentan con más partidarios, aunque por supuesto no expliquen todas las supuestas descripciones, y que relacionan el Bunyip con dos especies animales típicamente australianas pero ya extinguidas. Se trataría así, según dichas teorías, de un descendiente que habría logrado hacer sobrevivir a su especie, sin descartar que por evolución pudiera haber desarrollado alguna característica diferente o adicional.
El primer animal de esa pareja sería el Procoptodon, un antecesor de los canguros actuales que vivió durante el Pleistoceno y con un mayor tamaño, pues tenía una alzada que alcanzaba los 2,50 metros y un peso de unos 230 Kilos. Fue el canguro más grande que ha habido nunca.
El segundo sería otro marsupial gigante, el Diprotodon, que habitó también durante el Pleistoceno y que fue no ya el canguro, sino el marsupial más grande que nunca existió, con sus más de tres metros de longitud y dos de altura y sus 2.800 Kilos de peso.
Podéis ver ambos animales en las imágenes que acompañan al texto, correspondientes a las reconstrucciones que se pueden contemplar en el Museo de Historia Natural de Australia.
En cualquier caso, los considero unos candidatos más bien de compromiso, puesto que sólo podrían cuadrar relativamente con un número limitado de observaciones y además ambos animales eran herbívoros lo que choca de frente con una de las pocas características en las que todas las historias y leyendas coinciden, como es el carácter carnívoro del legendario ser.
No obstante la falta de datos identificativos claros, el Bunyip está tan arraigado en las tradiciones del país que la propia web oficial del gobierno australiano incluye referencias a leyendas populares que hablan de la criatura, por no citar también que la Biblioteca Nacional tiene una exposición itinerante sobre el tema que por temporadas sale a recorrer el país o incluso puedo comentar que el servicio oficial de correos puso en circulación una tirada de sellos conmemorativos con algunas imágenes del Bunyip, representándole, eso sí, con algo menos de fiereza de la que le atribuyen las leyendas.
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