La casa de los miedos
Cuando hablamos de casas encantadas no siempre hemos de irnos a majestuosas mansiones palaciegas o enormes hospitales abandonados. A veces una edificación mucho más simple puede darnos oscuras sorpresas.
Eso es lo que dicen sucede con una pequeña y humilde casa que además podemos encontrar dentro de nuestro propio país, si bien no en la península ibérica.
Para conocerla habremos de viajar a ese puntal de nuestro turismo que son las Islas Canarias.
Allí, en la tercera en tamaño, Gran Canaria, llegaremos a nuestro destino en esta ocasión, que se halla exactamente en el pintoresco pueblo de Santa María de Guía.
Dentro de su término municipal existe una zona conocida como “Casas de Aguilar” y en ella, entre otras casas unifamiliares que conforman una pequeña urbanización antaño más poblada que ahora, con viviendas que han ido pasando de padres a hijos con sus respectivas reformas, se encuentra la que buscamos.
La casa en cuestión por el contrario, está semiabandonada y sin cambio alguno en años, encontrándose hoy prácticamente en ruinas.
Se trata de una vivienda unifamiliar y en una única planta, de alrededor de 80 metros cuadrados más un pequeño jardín que la rodea, en el que existía un huerto casero y lo que son los restos de una edificación auxiliar que hacía las veces de gallinero. Se supone que inicialmente fue construida sobre los años 20/30 del pasado siglo XX.
Aparentemente una casa abandonada sin más por la que alguien podría interesarse para reformarla y hacerla de nuevo habitable. Sin embargo cuando ese alguien conociera el nombre por el que es conocida la casa en todo el pueblo, quizá cambiara de intenciones, ya que La humilde edificación recibe el nada halagüeño nombre de “Casa de los miedos”.
El porqué de tal nombre tiene su origen según cuentan, en los años inmediatos tras su construcción. Parece que los primeros que la habitaron eran una pareja de recién casados, que no se hicieron muy populares entre sus vecinos.
Al parecer, era gente sin muchos escrúpulos que con malas artes lograron engañar a varios de los vecinos para hacerse con su dinero lo que les fue haciendo ganarse la antipatía de los demás.
Pero tanto tensaron la cuerda con sus timos que un mal día la situación explotó y sus vecinos no aguantaron más. Una noche, se presentaron todos en la casa cual turba justiciera con ánimo de venganza y desde luego no se anduvieron con miramientos.
De entrada mataron al ganado que la pareja tenía en el exterior y entraron también en el gallinero anexo para hacer otro tanto con todas las gallinas. Ante el estruendo causado por los pobres animales, el hombre y la mujer salieron afuera para acabar sufriendo también la misma suerte que sus animales, siendo asesinados por sus visitantes, sin que nadie más en el pueblo hubiera hecho nada por socorrerlos.
Como tampoco eran personas apreciadas en la localidad la gente no se preocupó por no volverlos a ver. Posteriormente se acabaron sacando y destruyendo los enseres del matrimonio, de tal forma que la casa quedó vacía.
Tiempo después llegaron unos nuevos habitantes y es a partir de ahí cuando la casa comenzaría a forjar su leyenda, haciendo ver que unos hechos tan luctuosos y siniestros como los que en ella tuvieron lugar no iban a olvidarse así como así.
A los pocos meses de haberse mudado, los nuevos propietarios decidieron marchase de allí. Los vecinos que oyeron su historia quedaron asombrados por el relato de terror que les contaron, puesto que les hablaron de los numerosos fenómenos extraños que habían tenido que soportar hasta el punto de hacerles abandonar la vivienda.
Al parecer fueron acompañantes constantes durante su estancia diversos ruidos fuertes y estruendosos, como si provinieran de una tremenda pelea, que les despertaban sobresaltados en muchas noches. Oían cosas romperse, sonidos parecidos a gritos y lamentos y cuando creían que la casa se les venía encima, observaban sin embargo que todo estaba en orden a pesar de la amalgama de ruidos extraños.
Por si fuera poco, afuera escuchaban también lamentos como de animales y sobre todo y muy reconocibles, cacareos y estruendo propio de un grupo de gallinas, aunque el gallinero estaba vacío pues ellos no tenían animales.
Tras mucho tiempo de soportar todo y con sus nervios ya al límite, decidieron mudarse. No pasó mucho tiempo hasta que otra familia llegó al lugar, sin tener mucha idea de los antecedentes, eso sí.
La casa volvió a hacer de las suyas y esta nueva familia tampoco aguantó mucho en el lugar, acabando por relatar fenómenos muy similares a los que sufrieron los anteriores habitantes.
Se da la circunstancia además de que esta gente sí tenía gallinas y aprovechaba el gallinero, lo que hizo que más de una noche y ante el estruendo avícola, el padre se levantara raudo a comprobar el gallinero, encontrando invariablemente todo en orden y a sus gallinas plácidamente dormidas.
A esas alturas, la casa comenzó ya a ser vista con muy malos ojos por los vecinos, cosa alimentada por el hecho de que todos los que la habitaron después corrieran la misma suerte, acentuándose además los fenómenos cuanto más tiempo aguantaban, haciendo imposible su estancia.
Esto acabó por hacer que llegado un momento ninguna persona más se interesara de nuevo por la casa y quedara aislada y abandonada sin que nadie quisiera ocuparla ni siquiera pasear por sus alrededores.
Fue hace ya varias décadas cuando los moradores finales la dejaron y la hija de esa postrera familia, la persona de la que se conocen los últimos y quizá más detallados testimonios sobre los fenómenos que ocurrían dentro de la vivienda.
Era al llegar la noche cuando todo se descontrolaba. De entrada te sobrevenía una sensación de angustia y mal ambiente que no podías evitar y que se iba acentuando hacia la madrugada.
Lo primero que se empezó a manifestar era como un pequeño ruido similar al de una gota de agua que cayera constantemente desde el techo hacia el suelo, que se oía en un cuarto pegado a las habitaciones. Era más molesto que aterrador, pero ya hacía que durmieran mal y además cuando buscabas en ese cuarto no había nada que explicara la supuesta filtración.
Pero con el paso del tiempo, los ruidos pasaron a ser de otro cariz completamente diferente, puesto que de improviso se oían golpes en paredes y puertas, o se despertaban asustados por estruendos de cosas cayendo y gente gritando.
Por supuesto ellos también llegaron a oír quejidos y gemidos de origen animal que les ponían los pelos de punta pero que una vez abierta la puerta exterior, comprobaban que no pertenecían a ningún animal visible en los alrededores.
Ellos también tenían unas pocas gallinas y no lograron tampoco ser ajenos a los ruidos como si se las estuvieran matando, que les hacían salir en tromba hacia el gallinero sin encontrar nunca el motivo de tal alarma ni resultar dañada ninguna de sus gallinas.
Todavía hoy en día, la casa sigue sin encontrar ningún interesado y algunos continúan pensando que los espíritus del matrimonio asesinado se mantienen por allí y no permitirán que ninguna familia se establezca en el lugar en el que ellos y sus animales sufrieron ese prematuro fin.
Categorías: Aves
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