Feo y verrugoso
Vamos a comenzar este nuevo año hablando de un animal que no suele estar en las primeras páginas de la actualidad, pero que, como todos, tiene sus curiosidades.
Es un mamífero africano cuya representativa silueta es tan característica de la sabana africana, como las de sus más conocidos vecinos.
Me estoy refiriendo a un suido, es decir pariente de nuestros jabalíes y cerdos, que pulula por esas tierras entre el resto de fauna. Se trata del facóquero común (Phacochoerus africanus), también llamado jabalí verrugoso.
Seguro que la mayoría sabéis de qué animal estoy hablando, pues su desgarbada silueta no es tampoco rara en los documentales sobre África, si bien suele aparecer como actor secundario.
Este curioso mamífero destaca sobre todo por su desigual rostro en el que sin duda llaman la atención sus impresionantes colmillos, que son su principal herramienta y arma de defensa.
Sin embargo, seguramente os sorprendería saber que si nos fijamos en las antiguas leyendas, el facóquero no siempre tuvo ese aspecto, de hecho en el muy lejano pasado era tal vez el animal más imponente y bello de toda la sabana.
Pues sí, así era. Acudiendo a una antigua leyenda nacida en tierras de Mozambique, podemos conocer esa interesante historia.
Sabremos de ese modo que el facóquero era realmente hermoso, tanto que competía con el mismísimo rey de la sabana, el imponente león.
El problema era que el animal resultaba también algo vanidoso, por ello no paraba de admirarse y vanagloriarse tanto cuando estaba en solitario como cuando tenía de público a cualquiera de sus muchos vecinos.
Uno de sus lugares favoritos era el lago que todos utilizaban de abrevadero, lugar en el que se quedaba extasiado contemplando su figura reflejada en el agua sin escatimar comentarios halagadores para sí mismo y con la vista puesta en los demás para que le contemplaran también en todo su esplendor.
Pero lo cierto es que sus vecinos tampoco es que toleraran con agrado tanta vanidad, más bien al contrario, les resultaba bastante cargante y presuntuosa, por lo que el animal no gozaba de las simpatías de ninguna otra especie de los alrededores.
Pero el facóquero estaba tan absorto en sí mismo que tampoco era capaz de darse cuenta de que en contra de lo que pensaba, no era nada popular, pues el animal simplemente achacaba todo a que los demás se morían de la envidia por no ser iguales.
Sin embargo, todo eso iba a cambiar para siempre un aciago día, en el que las cosas tomaron un rumbo que nunca hubiera deseado.
Una mañana como tantas otras, nuestro protagonista salió de su madriguera, que suelen excavar en el suelo, rumbo al cercano lago para saciar su sed y de paso exhibirse un rato.
Quiso el destino que un puerco espín que andaba por allí cerca lo viera y pensara que su madriguera era un buen lugar para echar una fresca siesta mientras su propietario andaba por el lago, así que, sin que el facóquero lo advirtiera, se metió dentro a dormir.
Para completar el desastre que se avecinaba, resultó que esa mañana el imponente león se despertó de mala manera, pues había dormido poco y mal por lo que se levantó con toda su impresionante melena desmadejada y desordenada, pero sin ganas de acicalarse un poco antes de llegarse al lago.
Mientras bebía, el facóquero, que seguía por allí, cayó en la cuenta de la llegada del felino y no pudo por menos de darse cuenta de que su porte no era tan majestuoso como solía.
La prudencia le debería haber hecho callarse, pero sin embargo su vanidad le jugó una mala pasada y no tuvo mejor ocurrencia que comenzar a burlarse en voz alta del aspecto del león delante del resto de animales y precisamente con la idea de que todos le acompañaran en las burlas.
Pero claro, esto no ocurrió y el facóquero se vio de pronto haciendo chistes sobre el león en solitario, que a su vez fijó su vista en el molesto animal y decidió que ya era suficiente.
Quizá otro día hubiera hecho oídos sordos, pero se había levantado con el pie izquierdo y no pudo reprimirse. De improviso, pegó un tremendo salto y cargó contra el facóquero.
El animal podía ser el colmo de la vanidad pero no era tan tonto como para no saber que era el momento de poner tierra por en medio todo lo rápido que pudiera y huyó de allí despavorido con el león pisándole los talones.
Tras una angustiosa carrera divisó por fin en lontananza la entrada de su madriguera y se precipitó dentro buscando su seguridad, pero por supuesto no contaba con que no estuviera vacía y menos con que su ocupante se hubiera hecho una espinosa rosca para dormir más cómodo.
De tal modo que cuando entró a toda velocidad acabó empotrándose de cara contra el cuerpo y las afiladas púas del puerco espín. Fue tal el dolor que se olvidó del león y volvió a salir a la carrera, para sorpresa del felino, que al ver al facóquero lleno de púas se limitó también a verle correr por la sabana mientras aullaba de dolor.
Huyó de su zona habitual buscando refugio y durante días anduvo renqueando dolorido mientras se iba sacando todas las púas que se le habían clavado y calmando sus heridas.
Por fin, un par de semanas después parecía haber logrado recuperarse y regresó a su vecindario en la sabana. Sin embargo noto que sus vecinos, lejos de felicitarse con su vuelta, le miraban de forma extraña y se apartaban a su paso.
No comprendía nada, hasta que llegó al lago y al acercarse para beber pudo contemplarse y entonces lo entendió. Su rostro había quedado completamente desfigurado por las heridas y sus perfectas formas se habían convertido en un recuerdo del pasado.
Fue muy duro para el facóquero, pero poco a poco asumió que no había vuelta atrás y que nunca volvería a ser el que fue, así que terminó adaptándose a su nueva situación. Curiosamente, sin tanta vanidad por delante se hizo más tolerado entre sus vecinos y pudo relacionarse mejor con ellos, por lo que lo perdido por un lado lo compensó por el otro.
Y así, el facóquero llegó a nuestros días tal como es, al menos según la leyenda que todavía se cuenta en esas regiones.
De todas formas, el que sea algo feo y desgarbado, no quita para que nuestro amigo no se haya convertido curiosamente en un favorito de los niños, desde que uno de estos animales fuera elegido por la factoría Disney para dar vida al famoso personaje de “Pumba”, compañero del suricato “Timón”, ambos inseparables amigos del inolvidable “Simba”, protagonista de la mítica película de animación “El Rey León”.
¿Quién no ha cantado alguna vez el conocidísimo tema “Hakuna Matata”, interpretado por los tres amigos?
Y por cierto, seguro que el facóquero será de nuevo actualidad, puesto que a finales de la primavera está previsto el estreno en cines de la nueva versión de “El Rey León” esta vez con animación por ordenador y que promete convertirse en otro clásico, a tenor de lo visto en el tráiler que ya circula por las redes.
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