El protector Yastay
En esta ocasión, la historia que llega hasta aquí tiene su origen en tradiciones orales de un pueblo mítico de la antigüedad, por sí mismo revestido de leyenda en tantos y tantos aspectos. Hablo ni más ni menos que del pueblo inca.
Es una tradición sobre un mítico ser que, originada como decía en tan famoso pueblo, fue después conformada mientras se extendía hacia el sur a la vez que lo hacía el territorio inca.
Finalmente alcanzó su formato más conocido en el cordillerano noroeste argentino, en una zona que abarca desde la provincia de Jujuy hasta la de La Rioja. Allí ese ser se acabó convirtiendo en una importante deidad de la cultura Diaguita-Calchaquí, que se mantuvo vigente por toda la región andina hasta los primeros años del siglo XVIII.
Eso hizo que está historia sea conocida en la mayor parte de los Andes, sobre todo por la zona geográfica de la Puna o incluso llegando a la región de Atacama, ya en territorio chileno.
Y es una historia que nos habla de un ser que protegía algo que para los lugareños tenía una importancia fundamental, especialmente en siglos pasados, como eran los rebaños de camélidos nativos salvajes que vagaban por las planicies, guanacos (Lama guanicoe), llamas (Lama glama), vicuñas (Vicugna vicugna) y alpacas (Vicugna pacos), fauna icónica de esas tierras.
En efecto, como animales de carga y proveedores de carne, lana, e incluso en ocasiones, leche, estos hervíboros tenían un peso vital para la supervivencia de los pobladores de toda la región andina.
Pues bien, según cuentan las antiguas tradiciones, estos animales tenían un singular protector que velaba por ellos, conocido como el “Yastay”.
Era este un imponente animal, hijo de Pachamama, la madre Tierra y que se presentaba en la forma de un gigantesco guanaco, que en ocasiones es completamente albino o también como si fuera de fuego.
Se le considera el rey de estos animales y el jefe supremo de todos los relinchos, nombre con el que son conocidos los machos dominantes de las manadas de guanacos. Se dice que tiene una velocidad y reflejos sobrenaturales, que le permiten huir siempre de los cazadores que encuentra y si eso no fuera suficiente puede convertirse en viento, para desaparecer súbitamente.
Poseía también la capacidad, como otro recurso para cumplir su cometido, de convertirse en un amenazador ser antropomorfo con ojos de puma y una potente y grave voz. En esas ocasiones podía ser advertido por el rastro en forma de huellas de guanaco que dejaba a su paso.
Su función primordial era proteger los rebaños para vigilar que el hombre no se extralimitara y cogiese más de lo necesario para su supervivencia. De hecho, los lugareños debían pedirle permiso y dejarle alguna ofrenda antes de poder cazar algún ejemplar.
En épocas de hambrunas y escasez, se dice que se aparecía en sueños a los hombres hambrientos para darles la localización de alguna manada que no tuviera crías, para que pudieran sobrevivir.
En ese caso, el Yastay era benevolente y les permitía cazar algún macho, pudiendo incluso premiar a aquellos que únicamente cazasen para comer y nada más que un ejemplar y lo hicieran utilizando técnicas tradicionales, mientras que castigaría con dureza a los que cazaban sin necesidad de comer o utilizando armas de fuego. También lo haría con los que cazaran una hembra o una cría.
Esta historia, como digo, está bastante arraigada en el folklore andino. Sin embargo presenta un aspecto del todo curioso y es que tiene una segunda versión igual de extendida en la que el ser protector, siendo el mismo en realidad, cambia del todo su aspecto y hasta su nombre.
La transformación se produce pasando de ser el Yastay a ser el “Coquena” y en lugar de tener el aspecto de un imponente guanaco místico convertirse en un duendecillo de aspecto humano.
Se le suele describir vestido con pieles de vicuña y un ancho sombrero tal como son típicos en la zona andina. Completa su atuendo con un poncho, un collar hecho de víboras y un cinturón de oro.
Por supuesto presenta particularidades que no tienen nada de corrientes como por ejemplo un potente y agudo silbido con el que dicen que se comunica con los rebaños de animales y que hiela la sangre del que lo escucha y algo todavía más particular puesto que también se cuenta que, a pesar de que a simple vista parezcan normales, en realidad una de sus manos es de lana, para acariciar a los animales, mientras que la otra es de plomo, para castigar a los que lo merezcan.
Se ocupa de llevar y guiar a los animales a través de los pastos andinos en busca de las mejores zonas, mientras que al igual que su alter ego el Yastay, los protege de la codicia humana.
También premia, en este caso con monedas de oro y plata que guarda en un lugar oculto que únicamente él conoce, a los que tienen un buen comportamiento porque han ayudado a algún animal en peligro o tomado bajo su protección a alguna cría perdida.
Pero también a semejanza del Yastay, el Coquena castigará sin piedad a aquellos cazadores que utilicen armas de fuego o cacen más de lo imprescindible, así como a aquellos arrieros que maltraten a sus animales domésticos cargándoles en demasía.
Dicen que durante la noche aprovecha algunos animales para trasladar sus reservas de oro y plata de forma que nunca permanezcan mucho tiempo en un mismo lugar. Las alforjas con las que los animales trasladan su carga, las sujeta con víboras vivas. Según los nativos, a la mañana siguiente se puede saber qué animales ha utilizado porque se les vislumbra el lomo sudoroso.
Los testimonios sobre las apariciones del Coquena son raros, pero en general por las regiones en las que se habla de él no se duda de su existencia, aunque nadie busca voluntariamente un encuentro con el ser, porque puede traer malas consecuencias y si el sorprendido es alguien que estaba realizando alguna acción de las prohibidas por el duende, puede acarrearle incluso la muerte. A veces eso sucede simplemente con que el infractor cruce la vista con el Coquena.
Él tampoco suele ser muy amigo de dejarse ver y si la persona que se cruza en su camino no ha hecho nada malo, utilizará una facultad que de nuevo también posee el Yastay y que no es otra que convertirse en viento y desaparecer.
En la actualidad, todavía se conserva viva la presencia del Yastay o Coquena entre los pobladores rurales de esas vastas regiones descendientes de los antiguos indígenas. Eso tiene la indiscutible parte buena de que, al menos por su parte, de esta forma no se sobreexplota a los animales ni se busca su exterminio y si son cazados se hace únicamente por un factor de pura supervivencia.
Qué diferente de nuestros cazadores “modernos”, tan acostumbrados al cuánto más caces mejor y disparar a todo lo que se mueva, envolviéndose encima en la bandera de principales defensores de la Naturaleza.
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