Como suele ser habitual por estas fechas, la historia que hoy os cuento tiene que ver con estos entrañables días navideños, con un significado tan especial, mucho más por la difícil situación global de todos conocida.

Espero por tanto que este pequeño relato os pueda traer un pedacito de la magia de la Navidad, mientras dedicáis unos minutos de vuestro tiempo a leerlo.

Es pequeño y a la vez humilde, puesto que así es su simpático protagonista. Uno que seguro que no pocos de vosotros habréis tenido ocasión de contemplar, pues es habitante de nuestros campos españoles y por ende europeos.

Se trata de un pajarillo fácilmente reconocible por su característico plumaje. Es el bonito petirrojo común, o europeo (Erithacus rubecula).

Su inconfundible pecho anaranjado, que inspira su nombre, y su delicado y bello canto, que precisamente ahora en invierno destaca más que nunca en los árboles y arbustos de nuestras campiñas y bosques, le hacen un estimado vecino que siempre es agradable recibir y observar.

Si nunca os habéis fijado en él os recomiendo que la próxima vez que os topéis con uno, lo hagáis. Su bonito plumaje es siempre un regalo para la vista, pero además seguro que os sorprenderá su elaborado canto. Por un momento olvidaréis el estrés.

Ahora bien, puede que al mirar con atención os surja la duda de cómo llegó a adquirir el plumaje de nuestro amigo su característica tonalidad. Pues bien, estad atentos porque eso justo es lo que os vengo a contar hoy, al menos según la leyenda navideña que explica ese detalle.

Para empezar habremos de volar con la imaginación por el espacio y el tiempo, hasta llegar nada menos que al portal de Belén para encontrarnos con la mismísima Virgen María.

El Niño Jesús acababa de nacer y era una gélida noche de diciembre. José había salido a intentar encontrar algo más de leña para calentarse dejando a María sola. Ella, mientras el buen hombre regresaba, estaba intentando por todos los medios calentar al bebé.

Las llamas de su exiguo fuego se estaban apagando ya sin leña y María no sabía cómo conseguir que no se terminaran de extinguir para que su pequeño no sintiera el frío invernal. Sin muchas opciones, porque tampoco podía dejar de abrazar al niño para darle calor, busco la ayuda más cercana.

Primero intentó pedírsela al buey de su pesebre, pero el animal estaba tan profundamente dormido que ni siquiera se enteró y tuvo que desistir. Después se dirigió a la mula que también estaba allí, pero encontró que estaba tan terriblemente cansada del viaje para traerles hasta Belén, que tampoco fue ayuda para ella.

Se volvió entonces hacia un gallo que cantaba en las cercanías avanzando el próximo día, pero el ave estaba tan concentrada en su canto, que por tercera vez María tuvo que desistir.

Ya no sabía qué hacer cuando en esas oyó en un arbusto cercano una delicada y bella melodía. Al girarse descubrió un pequeño pajarillo de color terroso que era el intérprete de aquel bonito canto. María entonces le rogó que por favor le trajera alguna pequeña ramita para poder mantener el fuego hasta que José volviera con nueva leña.

La diminuta avecilla se compadeció al instante de María y Jesús y voló hasta el cercano nido que estaba empezando a preparar para sí, cogiendo un puñado de ramitas en su pico y regresando para echarlas en el fuego de María. Repitió el viaje un par de veces más, hasta llevarle todo lo que con tanto trabajo había logrado acumular.

Después se quedó cerca observando cómo María intentaba avivar los rescoldos con esa inesperada ayuda. Sin embargo, la mujer no terminaba de lograrlo, por lo que el humilde y generoso pajarillo se dispuso a echar una mano de nuevo. Comenzó a batir sus pequeñas alas cerca del fuego para intentar generar el aire suficiente para reavivar el fuego y entonces sucedió algo inesperado.

El fuego comenzó a avivarse y lo empezó a hacer de tal forma que el petirrojo no pudo evitar sentir que se quemaba. De hecho su plumaje pardo se iba tornando rojizo por la temperatura. Pero el valiente animal resistió allí hasta que estuvo seguro de que el fuego iba a aguantar.

Cuando terminó, los efectos de su generosidad y valentía eran patentes, porque su pecho y parte de la cabeza se habían quemado y presentaban ahora un color rojizo. Sin embargo, la Virgen María conmovida por el gesto del ave, la acunó en sus brazos y besó con cariño y agradecimiento, haciendo que el dolor desapareciera.

Le hablo entonces diciendo que como recuerdo a lo que había hecho esa noche, a partir de entonces sería llamado “pechi rojo”, que acabaría convirtiéndose en el “petirrojo” actual.

Y el valiente pajarillo no solo conservó el nombre sino que también pasó a adquirir esa inconfundible tonalidad naranja en su pecho y rostro, que desde entonces se ha transmitido entre sus descendientes y ha llegado hasta nuestro días como su seña de identidad y en recuerdo de la generosidad y valentía de su antepasado.

Para redondear el relato, os comentó que las fotos que lo ilustran son hechas por mí mismo. Es un amistoso visitante que tiene a bien venir a obsequiarnos con su canto en el jardín. Un bello petirrojo.

Y esta era la historia. Bonita y perfecta para un día como el de hoy. Día en el que por supuesto, este año más que nunca y de todo corazón, os deseo a todos una muy Feliz Navidad.

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