El Campo del Moro
Uno de los jardines más bellos de Madrid, donde por cierto los hay realmente bonitos, es el Campo del Moro. Situado en una ladera inclinada tras el Palacio Real, es conocido por todos los madrileños.
Es un bello paraje con zonas perfectamente ajardinadas y veredas arboladas por donde siempre es relajante pasear.
Fue declarado de interés histórico artístico en 1931 y es conocido con ese nombre desde el siglo XIX, aunque se le bautizó así haciendo referencia a unos hechos históricos que acontecieron mucho antes, en concreto allá por el año 1109.
Sucedió que el ejército del rey Almorávide Alí Ben Yusuf, camino de Toledo, acampó en la zona que hoy ocupan los jardines, puesto que el rey pensó que antes de conquistar Toledo debía acabar con el recinto fortificado de Mayrit (obviamente el actual Madrid), levantado por los propios árabes, pero reconquistado por los castellanos en el siglo XI y reforzado desde entonces.
Lo cierto es que finalmente los Almorávides acabaron levantando el sitio de la fortaleza sin conseguir tomarla. Se cuenta que sufrieron una epidemia de peste que amenazaba con diezmar las tropas y ante esa coyuntura el rey Alí Ben Yusuf decidió retirarse.
Entre la población comenzó entonces a circular la historia de que la propia Virgen de la Almudena, patrona de la ciudad y cuya festividad celebramos los madrileños precisamente hoy 9 de Noviembre, había protegido la ciudad provocando la epidemia.
El caso de que en recuerdo de todos estos hechos, recibió su nombre siglos después el Campo del Moro.
Es sin duda un entorno con rincones evocadores y desde luego con sus historias misteriosas. Cuenta con algún que otro aparecido humano. Quizá el más conocido sea el famoso fantasma embozado, que salía al paso de las damas cortesanas con intenciones galantes y contándoles que era el espíritu de un amante dolido a quien robaron a su enamorada. Lejos de amedrentarse, parece ser que las damas recorrían las solitarias veredas suspirando por encontrarse con el romántico aparecido.
Siendo esa una historia muy conocida de este lugar, no obstante la que quería citar hoy principalmente es otra diferente.
Su origen hay que buscarlo también muy atrás en el pasado, en concreto sobre el siglo XV. Reinaba entonces en Castilla, Juan II (Toro, Zamora, 1405-Valladolid, 1454), que fue el padre de Isabel la Católica.
El caso es que el rey fue muy bien recibido por el pueblo de Madrid, que le tenía en gran estima. Por ello le obsequiaron con un osezno que Juan II, tampoco sabiendo muy bien qué hacer con el animal, instaló en un recinto en los terrenos del Campo del Moro.
El regalo incluía los servicios de un entrenador o domador con el objeto de que con el tiempo el oso se convirtiera en una dócil mascota para el rey.
Este hombre parece que había llegado de la lejana Hungría y sus métodos de enseñanza se limitaban a los palos y los malos tratos. De hecho parece que entre la servidumbre de palacio el domador no gozaba de la simpatía de nadie pues sus maneras eran igual de bruscas con la gente.
El pobre oso fue creciendo a base de golpes, hasta que ya adulto, una noche desapareció de su recinto. Cuando por la mañana el domador acudió a verlo no lo encontró y dio la alarma. Aunque el rey puso a toda a la servidumbre y a su guardia personal a buscarlo nadie encontró ni rastro del animal en todo el día.
Pero la cosa no iba a terminar así, pues al día siguiente quien desapareció sin dejar rastro fue el domador. Ahora los buscadores tenían trabajo doble, pero no iban a conseguir nada. En los días siguientes continuó la búsqueda de hombre y oso, sin que llegaran a encontrar el más mínimo indicio de su presencia… Y sin que lo encontraran ya nunca.
Aunque el clímax de lo misterioso vendría posteriormente, pues con el transcurso de los años comenzaron a sucederse los testimonios de sirvientes y centinelas que describían haber oído durante las noches, especialmente las de luna llena, extraños ruidos como pisadas, gruñidos o gritos. Algunos incluso llegaron a describir que les pareció ver entre los árboles algo que parecía como una persona que huía de las garras de un gran animal que le perseguía de cerca. También hubo quien llegó a entender quejarse a la fantasmal persona en un lenguaje que no era asimilable al castellano.
No hay testimonios registrados en la época moderna, pero quién sabe si cualquier noche cerrada alguien se volverá a topar en las veredas del Campo del Moro con el aterrorizado domador que paga sus malos tratos acosado por el oso al que maltrató.
I couldn’t refrain from commenting. Perfectly written!