Dientes de oro
Traigo aquí una historia que habiendo transcurrido ya 30 años desde que sucedió, sigue sin ser explicada de manera satisfactoria y envuelta en misterio principalmente por su carácter ciertamente extraordinario y porque no se ha dado ningún otro caso parecido desde entonces.
Los hechos sucedieron en 1985 en Grecia, concretamente en la ciudad de Atenas. Vivía allí un sacerdote ortodoxo de nombre George Veripoulos, que un día cualquiera se preparó delante de la mesa para dar cuenta de una buena comida.
Esa tarde, su hermana le había cocinado un plato típico de la zona al que era bastante aficionado llamado “kefalaki”, cuyo ingrediente principal es una cabeza de cordero hervida.
Mientras saboreaba el guiso observó algo que le dejó absolutamente perplejo. Con gran sorpresa notó que los dientes de la mandíbula inferior del cordero tenían oro, como si el buen animal hubiera sido cliente de algún dentista.
No dando crédito a lo que veía, dejó de comer, envolviendo la cabeza en un trapo y marchando esa misma tarde a visitar a un joyero del barrio al que conocía.
Por supuesto éste quedó tan alucinado como George, especialmente cuando tras hacer las oportunas comprobaciones y mediciones verificó que efectivamente el material en cuestión era oro de verdad y que podría estar valorado en cerca de 5.000 Dólares.
Cuando volvió a casa, el sacerdote no perdió tiempo en informar de su hallazgo a su hermana y su cuñado, Nicos Kotsovos, quien era el propietario del rebaño de donde había salido el cordero.
Ni que decir tiene que Nicos partió de inmediato hacia su terreno con el objetivo de examinar a todos sus animales, que rondaban las 400 cabezas, mas no encontró nada extraño en ninguno de ellos.
Llegaron a consultar a dos veterinarios de las localidades próximas pero ellos tampoco habían oído hablar jamás de otro caso parecido.
En última instancia, al irse conociendo su historia se vieron impelidos a comunicar los hechos al Ministerio de Agricultura de su país.
Desde allí y dada la extraordinaria naturaleza de lo sucedido, se inició una pequeña investigación. Pero tan sólo sirvió para confirmar que lo que se encontró en la dentadura del cordero era oro sin que por supuesto se llegara a determinar ni siquiera mediante teorías, la procedencia y causa del hallazgo.
Al menos fueron muy claros, ya que en la rueda de prensa que un funcionario del ministerio como responsable, ofreció en la época para dar cuenta de las conclusiones de la investigación, éste confesó a los periodistas literalmente que sí, que había oro y que si ellos podían explicarlo porque él no podía y estaba completamente superado y desconcertado por el hecho.
No hubo más explicaciones sobre el tema ni nuevos hallazgos similares y eso que durante ese año no quedó un solo ganadero en Grecia que no revisase a conciencia la dentadura de todos sus corderos y ovejas.
Y así ha quedado la cosa hasta hoy. Incluso llegó a perderse la pista de la cabeza original sin que esté claro cuál fue su destino final, después del revuelo organizado.
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