Recupero hoy una historia antigua que entra dentro de la categoría de los casos que parecieron estar marcados para crear un punto de inflexión y que luego resultaron ser un fiasco, una vez se conocieron con precisión todos los detalles.

Hay que reconocer que en su origen tenía todos los ingredientes para resultar un bombazo, como son, un descubrimiento inesperado, seres mitológicos, animales inexplicables y misterio a raudales.

Supongo que con este esbozo seguramente se ha despertado vuestra curiosidad, por lo que pasaré ya sin más dilación a contaros los hechos que desencadenaron la aparentemente llamativa noticia y de gran repercusión en su día.

Voy a relatarla de la manera en la que fue conocida en el tiempo. Lo impensable quedó al descubierto un día como otro cualquiera del año 2006. Sucedió en Venezuela, en una recóndita zona de manglares a las orillas del majestuoso lago Maracaibo, que pertenece la región de Los Olivitos, dentro del estado de Zulia.

Allí, unos pescadores locales hicieron el que aparentemente era el hallazgo de sus vidas, al encontrar un desconcertante cadáver enredado entre unas raíces acuáticas. Tan pronto lo vieron se dieron cuenta de que aquello no tenía nada que ver con cualquier cosa que ellos conocieran.

Era un extraño ser con forma entre pisciforme y lejanamente humana, un horrible rostro con una inquietante mandíbula repleta de afilados dientes, unos brazos con manos palmípedas y una cola del estilo de la de los delfines.

Espantados, recogieron esos restos y abandonaron su labor para regresar a su población y dar parte de su hallazgo. Cuando llegaron, las autoridades locales quedaron tan desconcertadas como los pescadores y rápidamente la notica se extendió entre los lugareños.

A partir de aquí, los hechos aparentemente sucedidos, tal como fueron desarrollándose, acabaron por desmandarse. Fotos de la criatura se filtraron a la prensa local y de ahí comenzaron a propagarse por las redes, que las recibieron como agua de mayo y rápidamente fueron fuente de inspiración para todo tipo de teorías, a cual más imaginativa.

Comenzó a hablarse así de la “Sirena de Maracaibo”, nombre que dieron al ser, evidentemente, por su parecido con la descripción habitual de esas míticas criaturas, a excepción de su rostro, claro.

Pero también se le llegó a identificar con los tritones, otro tipo de seres mitológicos con los que podía haber tenido relación por su aspecto.

Y por supuesto no faltaron las voces que lo identificaron como una suerte de nueva especie animal desconocida por la ciencia hasta el momento y producto quizá de alguna especie de mutación inesperada.

Sea como fuere, los acontecimientos estaban lejos de tranquilizarse y para que no faltara de nada, los aficionados a las teorías conspirativas tuvieron también su oportunidad, puesto que según se acabó relatando en los medios, al pueblo llegaron unos misteriosos agentes gubernamentales que se llevaron en custodia los restos, que, por supuesto, no volvieron a ser vistos nunca más.

Se llegó a afirmar incluso que unos todavía más misteriosos individuos, según cuentan pertenecientes nada menos que a la CIA, fueron los destinatarios finales a quiénes entregaron la criatura.

Y este fue el punto al que llegó el caso de la “Sirena de Maracaibo”, que estuvo rodando por las redes como un año y que incluso reapareció intermitentemente en años sucesivos, siempre envuelto en el más absoluto misterio.

O eso parecía, porque al menos en este caso, la verdad era mucho más prosaica y sencilla. Simplemente todo había sido una falsificación.

Veréis, no se sabe muy bien quién en concreto fue el originador de la filtración de las fotos, junto con el relato de los pescadores inicial, los que, por cierto, nunca fueron encontrados en su día para ser entrevistados, cosa que ya debió hacer sospechar a los periodistas.

El caso es que esas fotos en realidad no eran de ningún ser encontrado, sino que pertenecían a la obra de un visionario artista, un increíble escultor llamado Juan Cabana, que tampoco parece ser que estuvo al tanto de la jugada en un principio.

Este hombre, de origen hispano pero residente en Florida, llegó a tener un cierto reconocimiento en los primeros años 2000, por sus impresionantes creaciones de oníricos seres marinos, que elaboraba con elementos originales como pieles, aletas o espinas de pescado.

Una vez confeccionadas sus esculturas, muchas de pequeñas dimensiones, pero algunas de gran tamaño, realizaba con ellas fotomontajes de efecto realmente impresionante, colocándolas en diversos ambientes naturales.

Admirador confeso de las sirenas y sus mitos, afirmaba en tiempos que los humanos siempre hemos estado fascinados por las sirenas porque ellas representan lo desconocido y lo místico, por eso él intentaba recrearlas, aunque vista su obra, con algunos matices más bien siniestros, la verdad.

Al parecer estaba convencido de que realmente existían sirenas en algún indeterminado lugar paralelo entre la tierra y el mar y que de cuando en cuando nos visitaban dejándose ver por los seres humanos.

Su mayor auge estuvo quizá entre los años 2001 y 2003, cuando a través por ejemplo de canales como eBay, llegó a colocar alguna de sus obras a muy buen precio. Sirvan como muestra las dos junto a estas líneas, a la izquierda “Ningyo” que llegó a ser subastada por 4.000 $ y a la derecha “Nerina”, que alcanzó nada menos que los 10.000 $. A lo largo de la entrada podéis admirar algunas otras de sus creaciones.

Por su parte, la obra que dio origen a la historia de la Sirena de Maracaibo, se trataba de la que bautizó como “Magyr”. Parece ser que las imágenes que iniciaron la polémica se obtuvieron directamente de la web que el artista mantenía con sus creaciones y que hoy en día ya no está operativa.

Porque otra cosa curiosa de este artista, que quizá hace juego con sus misteriosas criaturas, es que hay muy poca información sobre él, por no decir casi ninguna, en las redes. Casi es como si hoy en día se lo hubiera tragado la tierra o se hubiera marchado junto con sus sirenas hacia alguno de sus fantásticos mundos marinos.

Como moraleja, esta historia nos pone también en guardia sobre cómo a veces la imaginación colectiva se dispara y lo fácil que es hacer caer a la gente en un engaño, cosa que hay que tener muy en cuenta en cualquier investigación.

Ahora bien, como siempre digo, el hecho de mantener de entrada ese toque de incredulidad para poder tener la cabeza despejada a la hora de localizar los falsos hechos, no implica que todos lo vayan a ser y por el contrario nos facilita dar de lado a los primeros para poder centrarnos en los auténticamente misteriosos, los segundos.

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