Cliente alado
La entrañable historia de esta entrada muestra cómo de alguna manera misteriosa hay animales que son capaces de vencer el miedo innato que los humanos despertamos en casi todas las especies y de una manera que no puede más que denotar una forma de inteligencia, se buscan la vida para crear y aprovechar una oportunidad que en principio nadie habría dicho que estaba ahí para ellos.
Este es el caso del protagonista de la historia, que tampoco es además un animal de los de relumbrón o de los más celebrados, sino que se trata simplemente de un humilde gorrión común, de los que todos hemos visto en nuestros campos y ciudades.
Bien es cierto que desde hace siglos, los gorriones se han habituado a buscar nuestra presencia y aprovechar las “comodidades” que les depara, si comparamos con el estilo de vida de otras especies silvestres.
Sin embargo, no se puede decir que un comportamiento tan meditado y planificado como el de nuestro simpático protagonista sea algo frecuente, al menos no con tan alto grado de especialización.
La historia tuvo lugar en Madrid a finales de los años 90 del pasado siglo XX y para ser más exactos en un establecimiento emblemático que casi todos los de allí conocemos: El famoso “Café de Oriente”, ubicado en un lateral de la no menos famosa plaza de Oriente, de la que toma el nombre.
El café ya era conocido por los gorrioncillos que gustaban acercarse a los clientes de las mesas de la terraza, buscando algo que llevarse a la boca, aunque desde luego nada comparable al complejo comportamiento que reveló uno de ellos.
Un buen día, los camareros notaron que un osado gorrión macho había logrado pasar al interior del local, cosa que tampoco es muy fácil, pues para hacerlo hay que traspasar una doble puerta acristalada, a la que sigue una segunda un par de metros después.
Por tanto, el hábil pájaro tuvo que conseguir colarse en un momento en que el tanto la primera como la segunda le dejaron un resquicio simultáneamente, seguro que al entrar o salir algún grupo de personas.
Tampoco era una gran molestia, así que al cabo del tiempo todos se habían olvidado del animal, que aprovechó no tener competencia para coger impunemente algunas sobras de las mesas. Ese primer día parece que al final el animal salió tan sigilosamente como había entrado y todos lo consideraron una simple anécdota.
Sin embargo, el inteligente pájaro se dio cuenta de que había descubierto una mina de oro si era lo suficientemente audaz. Y vaya si demostró serlo, aparte de un fantástico estratega.
Así, en los días y semanas sucesivas perfeccionó su técnica hasta el punto de que visitaba el interior del café a diario, ante la permisividad y buen trato de empleados y clientes que comenzaron a darse cuenta de que allí pasaba algo no habitual y lo aceptaron de buen grado.
Finalmente se convirtió en un maestro depurado. Para entonces ya era toda una celebridad entre el personal del local y los clientes habituales.
Su depurada planificación comenzaba una vez abierto el local, pero no en cualquier momento, sino a partir de las 09:30, cuando el tránsito de clientes era constante para desayunar y por tanto era más fácil lograr encontrar un hueco en las dos puertas a la vez.
Se posaba en uno de los distintivos faroles que adornan la puerta de entrada y allí esperaba calculando el momento exacto para de un rápido picado colarse volando por las dos puertas y lograr el acceso al local.
Una vez dentro solía colocarse encima de alguno de los farolillos de las paredes desde donde tenía un buen panorama del local.
Y luego sólo era cuestión de aprovechar el momento entre clientes en las mesas, justo antes de que el camarero retirara los servicios y sobras, para abalanzarse sobre aquella mesa de contenido más apetitoso y lograr su botín.
Fue capaz además de resolver el problema de la sed, que resolvió aprovechando las piletas en las que se lavaban los vasos y jarras.
Aunque su mejor logro consistió en ganarse para su causa a todos los humanos que compartían el espacio con él y que pronto le cogieron tal simpatía que lo convirtieron en un atractivo indiscutible del local, hasta el punto de que acabaron llegando no pocos clientes nuevos atraídos por el boca a boca y su deseo de conocer al alado invitado del café.
Yo mismo de hecho, pasé en una ocasión con unos amigos por allí para ver al simpático gorrión.
El avecilla llegaba a permanecer toda la jornada en el local hasta que caída la noche y por supuesto calculando a la perfección sus movimientos aprovechaba algún resquicio en las puertas para salir al exterior y pasar la noche fuera.
Es más, alguna noche de frío decidía no salir y pernoctar en el café al abrigo de los elementos, entonces los camareros cerraban y allí lo encontraban al abrir la mañana siguiente, recibiéndoles con alegres gorjeos.
Desde luego la gente disfrutaba con su presencia y lo curioso fue que no hubo otras aves que imitaran su comportamiento de una manera tan directa.
A todo el mundo le asombró entonces lo elaborado del comportamiento del ave y cómo había sido capaz de vislumbrar y comprender las oportunidades mientras lograba elaborar estrategias para vencer las dificultades que se ponían en su camino.
Era especialmente curioso por ejemplo verle posado en uno de los faroles de la entrada calculando con todo cuidado el momento exacto para poder pasar volando la primera puerta, la separación y la segunda puerta, por supuesto sin acabar estrellándose contra el cristal o permitir que alguna de las puertas lo pillara, cosa que con su tamaño y el de las macizas puertas hubiera sido tremendamente peligroso.
Y también llamaba la atención su especial habilidad para elegir entre las sobras de las mesas aquellas de contenido más apetitoso.
En otras ocasiones a la gente le divertía ver cómo simplemente daba la impresión de estar entretenido contemplando el ir y venir del público.
Esa extraordinaria simbiosis con los humanos duró un poco más de tres años, hasta que una mañana el gorrión no apareció y nunca más volvió a hacerlo.
Todos quedaron afectados y tanto es así que hoy en día todavía se le recuerda y cualquier visitante del Café de Oriente puede ver colgado en una de las paredes encima de una chimenea y cerca de los farolillos en los que se solía posar, un cuadro homenaje con recortes de prensa de la época relatando la historia del humilde gorrión.
Por mi parte, como adecuado final de esta entrada, incluyo un vídeo perteneciente a uno de los episodios de la serie “Fauna Callejera” en el que el conocido naturalista Luis Miguel Domínguez Mencía, contaba in situ la historia del pequeño gorrión mientras el propio protagonista revoloteaba a su alrededor.
Escribir comentario