A pesar de la proverbial presencia humana en los territorios de nuestro planeta, todavía hoy en día quedan rincones en los que no existe población estable.

Tal es el caso de una diminuta isla de únicamente 14 kilómetros cuadrados perdida en la inmensidad del Atlántico sur en su zona central, que a pesar de su situación ha sido el hogar de un curioso misterio animal durante mucho tiempo.

Es un pedazo de tierra que se originó por las erupciones de un volcán ya extinto que acabó dando forma a la que es conocida nada menos que como Isla Inaccesible.

El territorio con presencia humana habitual más cercano es la isla de Tristán de Acuña, que forma parte del mismo archipiélago, distante unos 45 kilómetros y que por cierto es conocida a su vez como el territorio habitado más remoto del mundo.

Volviendo a nuestra isla, hay que decir que a pesar de no contar con pobladores de dos patas o precisamente por ello, es una zona de abundante verdor con una buena riqueza vegetal y faunística, en la que hay exponentes exclusivos de esa zona como el zorzal de Tristán de Acuña (Turdus eremita)

Y es precisamente otra de las aves endémicas de por allí, en concreto y más precisamente, de ese pedazo de tierra llamado isla Inaccesible, la que ha sido involuntaria protagonista durante años de un sugerente misterio.

Se trata de una humilde avecilla que de entrada ostenta el registro de ser el ave de menor tamaño que no vuela, al estilo por ejemplo de los famosos kiwis. Es el rasconcillo (Atlantisia rogersi). Un pequeño animal semizancudo de unos 17 centímetros y tan solo 30 gramos de peso. Posee un pico largo y ganchudo, un plumaje pardo oscuro y unos llamativos ojos rojos.

A pesar de no poder volar, no cuenta en la isla con predadores naturales, por lo que su población es próspera y vive tranquilamente.

Su conocimiento es relativamente moderno, pues fue el ornitólogo y aventurero británico Percy Roycroft Lowe, quién lo descubrió en un viaje a la isla en 1923. Pronto se dio cuenta de su rareza y de que no era un ave como las demás que pudo ver, por ello decidió clasificarla creando un nuevo género para ella.

Y el nombre que eligió era bastante evocador, nada menos que Atlantisia. No lo hizo por una ensoñación pasajera, sino porque viendo que el rasconcillo no podía volar, diseñó también una teoría de cómo había podido acabar llegando a una isla perdida en el centro del océano.

Para Percy Roycroft, la respuesta estaba simplemente en que tuvo que llegar allí andando sobre tierra firme y la única manera de que eso hubiera sucedido es tomar en consideración los mitos del pasado y pensar que el rasconcillo debía haber sido un habitante nada menos que de la legendaria Atlántida, de la que a su vez la misteriosa isla Inaccesible fuera un recuerdo que atrapó a los últimos animales que no podían volar y desplazarse a otras zonas cuando el mítico continente desapareció.

Curiosamente la teoría del ornitólogo inglés fue de alguna manera asumida durante muchos años como explicación más plausible de la presencia del rasconcillo, por lo que la humilde avecilla pasó a ser el último superviviente de la Atlántida. ¡Ahí es nada!

Eso, de rebote, revistió también de un halo mágico a la propia isla, que desde entonces ha sido mantenida como un punto de observación natural, a salvo de masificaciones y teniendo a su pequeño embajador como protagonista especial.

El caso es que ahora, unos científicos suecos de la universidad de Lund capitaneados por los biólogos Martin Stervander y Bengt Hansson, han elaborado otra explicación tras un estudio comparativo utilizando las más modernas técnicas de secuenciación de ADN.

Según dicen ellos el rasconcillo posee unos parientes vivos bastante cercanos en tierras de Sudamérica como son el burrito negruzco (Porzana spiloptera), habitante de las zonas de pasto y la gallineta parda (Pardiralus sanguinolentus) que vive en zonas de humedales.

Para los investigadores suecos, probablemente algunos ejemplares de estas especies acabaran llegando en vuelo a la isla y dado que son buenos voladores y no se les da nada mal aventurarse en nuevos territorios, acabaron por colonizarla y establecerse allí.

Piensan que algo así debió suceder como hace 1,5 millones de años y con el tiempo las sucesivas generaciones de aves colonizadoras fueron evolucionando de una manera diferente en función de sus necesidades, hasta dar forma al rasconcillo actual.

Por ejemplo, al no tener enemigos naturales perdieron la capacidad de volar pues eso les permitía un gran ahorro energético y una mejor adaptación a su nuevo medio.

Por supuesto, las similitudes en el ADN son las que son y están ahí. No hay duda de que parece que explican con bastante coherencia cuál pudo ser el origen del rasconcillo, pero es igual de cierto que tampoco hay una evidencia fósil o de otro tipo de esa llegada de los primigenios parientes voladores.

Por eso todavía la pequeña ave guarda una parte de misterio con su presencia. ¿Llegaron sus ancestros volando desde Sudamérica? ¿Llegaron andando desde la legendaria Atlántida? Solo el rasconcillo conoce la respuesta a ese punto concreto de su historia.

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